Despacio.Nunca es demasiado tarde, nunca un texto es demasiado largo, nunca hay demasiada prisa.
Encuentra el olor, el sabor, la imagen. Encuentra el mensaje.
Escribo mi película, tú lees mis líneas y ves la tuya.

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domingo, 30 de noviembre de 2014

Arte feita polo subconsciente

Él está en el vestuario en pijama. (¿Qué dices? ¿Es el límite de tu imaginación? ¿Lo primero que se te ha pasado por la cabeza?)
Quiere decir lo que siente, quiere y tiene pero no puede. (¿Es a mí?)
En mi cabeza, como Raña diciéndome cómo tengo que escribir.
¿Dónde están mis amigas? ¿Qué coño estarán haciendo? Meg en mi pecho como mocos en los bronquios de mi hermano, como en los míos muy pronto. Meg e Inglaterra me gritan catársis y este frío instalado en nuestro organismo de defensas bajas tiene muy poco que ver.
Esta foto es bonita, no parecemos hermanos, sonreímos, posamos, mis labios se ven más rojos.
Oye Dios, él está aquí con ella, ¿cuándo me traes un novio para  mí?
Fatiga emocional. Si no logras concentrarte dicen que quizás tengas TDA. Vete al médico, te renovarán la excusa. (Godar y mi libro de historia... Muriel, ¿lo has leído? Escribo con el bolígrafo de Marco mientras mi respiración canta...)
Es quizá como cuando estaba leyendo Plenilunio, hice una pausa, fui al estudio y, sentada, giré la cabeza y allí, en un disco, estaba escrito: "Plenilunio". Siempre me pasa. Me centro en algo, lo veo por todas partes.
Corrijo mis textos surrealistas, intento leer El malestar de la cultura de Freud. E aínda haberá algún que mo escriba no exame como o supermercado Froiz. Y digo intento porque el instituto nos ata una soga al cuello.
Para futuras máquinas obedientes está bien, pero mírame, estoy inquieta, tengo dos piernas, virtudes y problemas, te voy a dedicar una parte de mi tiempo que nunca será suficiente. Ya pasé mi etapa de ver Rebelde Way y lo que conlleva; ahora otros ven basura grabada en Valencia. Pero sin el instituto quién cojones sería, qué cojones haría. (Por tantas cosas y tantas otras... En fin, que al final la balanza elige un lado y se inclina.)
Gritos, es mi padre, mañana más, mañana más... Puto inútil... 
Lloro mientras conservo las ganas de que no viva más años, mientras lloro pensando en que le quiero, en que quizá no sea para tanto, en el asco que le tengo, en el impedimento, en el joder, me estás matando; en el experimento, ya está, ya ha pasado, fundido en negro, se terminó, descansa, abre los ojos si todo ha sido un mal sueño...

sábado, 18 de octubre de 2014

Otoño: Mente, menta y metal...

Me elevo. Siento la necesidad de verbalizarme atenuándose con el cálido alivio de los grumos bajo la lengua, dejando un amargo sabor en el paladar. El agua tibia, encharcando el estómago. Entonces me callo y pienso un poco menos, siento un poco menos. Quizá no se pueda pensar más, sentir más. Creía que me sangraba el corazón en el pecho. Me sangraba el estómago.

Y ya estamos en octubre, pronto estaremos en diciembre. Hace un instante estaba desmoralizándome un lunes y en pocas horas amanecerá un viernes más. Algo va mal cuando ni un viernes ni dos reparan la conciencia, el cuerpo, el aguante y el ánimo. Tumbada en la cama, los pies en la almohada, recién salida del ascensor me persigue y me alcanza la duda: "¿Es ésta la vida que quiero vivir?"
Y si no, ¿qué otra? Empiezo a coger confianza con mis nervios, los acepto. Madrugar me molesta los primeros quince segundos. Hay personas en el aula por las que merece la pena asistir a clase. Personas a las que he visto crecer y que me han visto crecer a mí, que tan sólo necesitan una mirada para saber qué se me pasa por la cabeza o qué se me ha atravesado en el estómago. Yo también necesito una única mirada para descifrar los misterios de mis dos parejas de ojos claros favoritos.

Llueve mucho, demasiado, las calles están inundadas y yo bajo hacia mi próxima parada con la firme decisión de no resbalar. Pero lo importante no es resbalar, no es caerse, no es hacerse daño. Si la calle estuviese desierta, si no hubiese absolutamente nadie acompañándome, quizá me tumbase en el suelo, mojado, fresco, con las manos detrás de la nuca, párpados suavemente bajados, escuchando la lluvia que no me roza, esperando por Godar y mi libro de historia. Llego, llega. No nos conocemos, no nos vamos a conocer. Escucho su voz y mantengo el pensamiento de que el suyo sería un buen apellido para mis hijos. Pero no hay hijos, no hay amor, no hay trasfondo en mi propio guión de teatro que me entretiene hasta casa. Tan sólo un libro de historia, un chubasquero rojo y mucha lluvia.
"¿Es esta la vida que quiero vivir?"
Pellizco mi piel en busca de aguante. Quedan seis horas, tres exámenes, dos exposiciones, una llamada de atención. Hazte con todos: la pareja, la carrera, el trabajo y el dinero insatisfactorio. Quedan 192 tardes de estudio, 97 de estrés y ninguna escapatoria blanca. Si no es esto, ¿qué es? Si no es la carrera, ¿qué es?
Sentada en el aula me siento como un pájaro de alas rotas. La información entra y sale de mi cerebro en la misma pareja de segundos. Veo a mis compañeros agobiados, dedicando un rotundo a esta vida, un 'sí, quiero' al trabajo, al esfuerzo y al estrés, convencidos de que simplemente tiene que ser así. Quizá tengan un motivo. Yo sólo quiero estar en paz, que me inunde la paz en el pecho... La puta tranquilidad.
Y no lo hace. No es esta la vida que quiero vivir. 
Pero veo a mi madre, llama mi abuelo, vuelve mi hermano y vuelo con mis mujeres a medias mientras recuerdo los días en los que parecía que este presente nunca iba a llegar.  Entonces me acuesto y, con la cabeza en la almohada y los pies siempre alejados del suelo, pienso: "Y si no es ahora, ¿cuándo?"
"Y si no es esta vida, ¿cuál es?"

sábado, 13 de septiembre de 2014

Agosto me pierde, en septiembre estoy perdida...

Busco la belleza en unos ojos distintos a los míos porque, siendo de las personas que no somos capaces de valorar nuestra propia belleza, la acabo buscando en ojos ajenos y encontrándola en unos que se parecen a los míos, refugiándome inconscientemente en la esperanza de llegar a quererme lo mismo.

Nunca me verás con los labios pintados, sin ojeras y con el pelo perfectamente peinado. Soy más de rendirme al quinto nudo que encuentre el peine y cuantas más horas duermo, más probabilidades hay de que te mantenga la mirada.

Tengo la manía de levantarme tarde, llegar tarde, comer tarde, dormir tarde. La de beber café por las mañanas aunque sienta que me perfora el estómago. La de cabrearme conmigo misma y pagarlo con mi productividad o con los demás. La de planear más de lo que puedo llegar a hacer. Las tengo todas.

Me gusta no preocuparme nunca más de mis uñas como antes, arreglármelas con los dientes.
Me enciende tu mirada fría y tu apariencia imperturbable que se deshace cuando te trato como si no quisieses parecer el lobo de Caperucita. Digo y hago cualquier tontería con tal de no tener que soportar una de tus preguntas dulces, cargadas de buenas intenciones.

Rezo sin creer ni en mí para que a alguien le atraiga mi desencanto como a mí el ajeno. Después de minutos y más minutos frente al espejo me rindo y sigo teniendo esta cara de sueño que no se me quita ni con esas once horas que duermo del tirón cada sábado.

Saboreo el vértigo que siento cuando veo cómo los que siempre estuvieron cerca ahora tienen que irse, cómo se van a estudiar fuera aquellos con los que compartí un lugar, cómo mis amigas están tan cerca del volante, como le sucedió a nuestros hermanos y nuestra incredulidad era la misma. Ahora esos hermanos estudian o trabajan o lo intentan y este vértigo me sigue acompañando y es, precisamente, lo que me hace sentir viva...

domingo, 3 de agosto de 2014

A mi hermano, el que emigra.

Aún hay cuatro sillas en la mesa y nos empeñamos en decir que una es para invitados. Mamá anhela tu vuelta desde el día en que te fuiste y desea lo mejor para ti mientras no estés aquí. Quiere que te comas el mundo, confía en ti. Intenta callar una voz interior que le dice que si no te va del todo bien, volverás. Intenta callarla pero yo la escucho. Sé que durante unos instantes le gusta esa idea, pero enseguida la cambia por ese otro pensamiento que dice "lo que tenga que ser, será y será bienvenido" y volvemos a respirar paz y rutina, el oxígeno particular de nuestro hogar.

Hace ya cinco meses que te fuiste. Los recuerdos no me hacen daño y por extraño que parezca no te extraño tanto como para que me dañe tu recuerdo y ausencia. Ambos sabemos que nos llevamos mejor separados, sin gritos ni peleas y es que, al no estar aquí, puedo contarte mis días y sentir que los comprendes mejor que nadie.
Me da miedo esto de quererte lejos con la excusa de querer quererte más. Siento que te quiero pero no te necesito. Ya nadie vacía la nevera ni me arrebata la inspiración con música de pocas luces en la pista y pocas luces en la cabeza. Ya nadie hace ruido, tampoco compañía, pero hay que elegir. La vida sin ti es más cómoda, pero sólo más cómoda. Supe afrontar el cambio: una infancia y media adolescencia contigo, me toca vivir la otra media sin ti.

Nos estamos acostumbrando a que todos a nuestro alrededor tengan que irse, a buscarnos la vida fuera de aquí. Cada vez nos lo ponen más fácil, baja el precio del roaming, nos hacemos Skype y nos sentimos cerca. Nos comunicamos más por Internet que en persona. Es lo que más me entristece, el retorcimiento del uso. Tengo amigas que viven a una manzana de aquí y nos hablamos más por WhatsApp que a la cara. Algunos se van un año a estudiar fuera y ni se nota.
Volvamos a lo que somos, sentados en un banco o en un bar, pero mirándonos a los ojos. Parece mentira, pero echo de menos mirar y no ver letras y, aunque me cueste admitirlo, sé que no es lo único que echo de menos.

domingo, 29 de junio de 2014

En otro intento de ordenar mi cabeza.

Estoy bloqueada, algo me obliga a ponerle freno a la inspiración que intenta tocarme, a la creatividad que intenta salir a la superficie. No escribas, mañana tienes un examen. No escribas, ya son las dos de la mañana. No escribas, llegarás tarde.
No escribas.
Estoy harta, cansada, necesito reponer combustible. Estoy triste. ¿Lo estoy? Suena tan débil, tan "necesito que alguien me cuide", que alguien me abrace...
Sólo necesitaba esto. Llorar silencio. Escribir un poco.
Qué soy, qué es esto.
Y escribo y no siento nada. No siento alivio, no siento euforia. No me siento bien. Escribo y escribo mierda.

No sé cuándo conseguiré lo que me propongo, si lo que me propongo provoca mi debate interno entre si debo seguir escribiendo o si debo intentar dormir. Me apasiona la primera idea, pero estoy cansada y me aterroriza pensar que si nada bueno sale de aquí, mi noche será peor de lo que ya me esperaba. La segunda opción, dormir sin más... Me paso las horas esperando algo que no llega, algo que ni si quiera sé lo que es. Es como si buscase algo que me sorprenda, que me entretenga y me provoque un gran entusiasmo. Como una buena noticia, una de las grandes...
Pero nunca llega.
Estoy pensando en quienes me rodean habitualmente. Qué ocultan, qué sienten, hasta qué punto están bien. Qué pensamientos tienen hacia mí.
A veces intento mirarles a los ojos y jugar a que sé lo que hay detrás. Simplemente me gustaría que alguien me hablase con el corazón en la mano por una vez; ¿por qué tenemos miedo a que descubran quiénes somos?
También están ese tipo de personas enigmáticas cuya voz apenas conoces pero cuya sonrisa lleva tu nombre (aunque no sea el único) y el propósito de mejorar tu día. Esas personas que no tienen un atractivo especial ni físico ni intelectual, pero que sientes que podrían valer oro. Son expectativas y velos de apariencias que se acaban rompiendo como medias finas. A veces para mal, otras para bien.
Imagínate el mundo sin expectativas. Sería como no vivir en él...

sábado, 14 de junio de 2014

Quizá no te falte algo. Quizá te sobren cosas.

Vuelvo. No me concentro. Pierdo el hilo, los papeles, el tiempo. No quiero hacer lo que estoy haciendo pero tengo que intentarlo. Debo apretar los dientes e intentar forzarlo, intentar pensar en positivo, disfrutarlo.

Así va esto. Me levanto cada mañana con ganas de explotar. Me falta algo, no sé qué es, pero me falta. Aprieto los dientes y envío mensajes tan esperanzadores como suicidas a mi cerebro: "esto por tu futuro", "esto por unas piernas bonitas", "esto por un 8 en el examen de mañana"... Y llego al fin de semana y tampoco. Estudiar un viernes ya no nos sorprende.

Soy esclava de las expectativas que tengo. Me quedan aún muchos años de presión y prisión. Pido que se adelante el juicio o que me lo devuelvan.

Otros son mártires todavía más involuntarios, esclavos de las expectativas ajenas. Y yo iba a continuar esta frase agonizando pero ya agonizo, exagero y hoy a mis pulmones ya se les escucha por todo el vecindario, invadidos por un invierno descolocado (como yo, pero al contrario).

Me leo y parece que puedo llegar a ser poeta. Te juro que lo he intentado. Siempre prosa y prosa. Entiendo por qué se echa de menos el infierno, por qué tantas parejas se hacen daño. Yo no necesito a otros para que me hieran. "Mira mamá, sin nadie".

Nos importa la apariencia y ya casi hemos dejado de negarlo.
Estoy escribiendo con el bolígrafo de Marco mientras mi respiración canta.
Que alguien me saque a la calle, que esto está dejando de ser intenso, que no quiero ser la más guapa del baile pero sí la que mejor baile.
El talento, si lo vistes a la moda van a verlo, a oírlo. Pero no van a sentirlo.
Se acaba confundiendo con el resto, el tuyo se camufla en la Gran Vía...
La sensibilidad, la capacidad de emocionar, por encima.
El talento al desnudo, como El Almuerzo, como todo lo sensible...

domingo, 25 de mayo de 2014

Del Universo conocemos menos de un 4%. Y tú, ¿qué sabes de mí?

Palpita el miedo en mi puta sangre. Ahora ya sé lo que es. Paladéalo, siente el terror, el pánico. Te tiemblan las manos. Él te da miedo, la situación te produce miedo. Sabes dónde está el peligro.
Tengo los ojos muy abiertos este domingo a las tres de la mañana. Entiendo su punto de vista, entiendo el mío, el de ella. Comprendo cada una de las reacciones porque soy humana. Comprendo la desesperación, la agresividad, la impotencia, el rechazo y el temor. Comprendo que se vea reflejado en el comportamiento de otros y que se desespere pensando que él por esa puta está sufriendo. Pero aquel no sufre tanto. Sabes meterte en la piel del otro demasiado bien. Sufres por los dos y te estás volviendo loco.
Como yo, bendita cordura cuando la tengo aunque sea a media jornada. Sé que querías tirarte, echarlo todo a perder, dejarlo, pero hay algo que nos mantiene aquí, unidos. Y qué difícil es ser felices sabiendo que somos escoria. Conociéndonos tanto. Yo por mi parte he perdido la fe en la raza humana.
Quiero mandarlo todo lejos, arrancarme esta puta piel, estos putos estereotipos que no quiero vestir, sentir, no quiero dormir, no quiero ser amable, hoy no, no quiero entretenerme. No me aportan nada esos consejos de vida sana, cuerpo sano, mente sana, familia feliz, sonríe, deja propina, haz ejercicio, bebe agua, no te drogues, aprende, hoy puede ser un gran día si tú lo quieres así. No entiendo de toda esta puta patraña.

Siento que la vida me ha arañado un poco. El corazón intacto como también el hígado, creo, el estómago un poco encogido y el cerebro a pleno rendimiento, ya sabes, no me deja en paz.

Otros se están muriendo. Nunca paran el tiempo por ti. Me lo imagino ahí, sonriendo, desangrándose y pensando: "lucha por mí, yo ya perdí mi tiempo". No quiero luchar por ti, no quiero luchar por mí. No quiero luchar por nadie.
Juro que quiero dar el 100% de mí. ¿Cómo puedo escribir con estos gritos? Mi conciencia grita mucho más alto y ya ves, sobrevivo como puedo.

Si es pastilla trágala, seguro que te hace bien. Se está bien aquí, está blandito, se ablanda, me ablando... Y me da pena, me da pena que unos tengan que llevar una vida dura para descubrir que la droga también lo es, mientras que otros, buscando evadirse del mediocre estrés de este siglo, lo descubren casi simultáneamente, con más cómplices callados que litros y gramos cerca.

Bienvenido al mundo que se acuesta cuando tú te levantas. De este también conozco menos de un 4%.

domingo, 4 de mayo de 2014

Precaución.

Estoy en construcción. Sé que soy inexperta y que lo que escribo vale muy poco. Sé que tengo que dejar que fluya. Lo escribo, lo paladeo un poco y lo borro. Esto funciona así. Para pasar página antes tengo que escribir en ella.

Lo habéis sentido. No hay ningún secreto. Alguna vez incluso hice trampa e intenté conmover sin estar conmovida. Empecé hablándoos de ansiedad, incluí alguna reflexión y me centré en escribir intentos de ensayos sobre las drogas en mi entorno y, sin relacionar un tema con el otro o relacionándolo, el panorama que vivo cada mañana siempre un poco más tarde de las nueve. Después de eso, me centré en experimentar con las pastillas para el sueño. Las ingería por la mañana, con los ojos no muy abiertos y mis "no... funcionan..." Intentaba escribir sobre ellas y no era capaz. Dormía bien. Al día siguiente se me olvidaba.
Ahora me dan asco y me doy asco. Pero eso no significa nada.

Hoy me siento especialmente libre y aquí me ves, esclava. Creo poder decir lo que quiero y quiero querer decir que puedo. Quise fingir y forzar mi ego para poder ser artista, pero la verdad, no puedo tanto.
Alguna vez intenté hacer más poesía que prosa y le gustó a todos menos a mí misma. Bendito sea aquello de lo que me sienta orgullosa y sea tan bueno que nadie lo comprenda.
Más recientemente, he pensado en el amor y he publicado poco para no matarme más tarde. Admiro mi propia prudencia. Ahora introduzco citas de libros y canciones que se repiten en mi cabeza. Iba a escribir sobre raperos, para mí poetas que no quieren parecer de la misma acera que yo. Hay algunos que me encienden, me inspiran, sin tocar me tocan y antes de que anochezca subo a la azotea a mirar el mar y la puesta de sol con un libro, convirtiéndome en la versión más sensible e inaguantable de mí misma. Hay versos que siguen ocupando mi cabeza sin control, como los pensamientos sobre qué estará haciendo mi hermano tan lejos, cómo venceré los miedos que me quedan y qué haré para mejorar todo lo que pueda. De momento se pone el sol. Y yo que había comenzado con la idea de que "un mal día para sentarse a escribir puede ser un gran día para sentarse a borrar"... Y ahora no sé cómo hacerme callar, pero al final siempre callo. Así con todo.

domingo, 20 de abril de 2014

El río y el reloj también están sonando.

Escribirte cuando no puedo mirarte a los ojos y abrir la boca. Para hablar, por escucharte, para juntar la mía con la tuya. Aunque eso lo prefiero con los ojos cerrados, cuando sé que esto de tener los párpados bajados no significa que esté soñando.

Me gusto por escribirte y me odio por hacerlo de amor. Pero al menos lo escribo y no lo expreso en voz alta. Al menos, a esto pueden llamarlo prosa poética.

Te juro que paro las prisas para imaginarme qué estás haciendo. En qué detalles te estás parando. Si sonríes y cuántos latidos tienes por segundo. Podría enamorarme de cualquier puta cosa si pudiese observarla cuando nadie la está observando.
Me enamoraría saber en qué pierdes tu tiempo, con qué o con quién lo aprovechas. Quiero estar ahí cuando resoples fuerte, cuando con los ojos muy abiertos te den las tres de la mañana en la habitación y no puedas pedir silencio a tu cabeza.

Pienso en todo lo que no decimos por miedo a que suene como lo hace esto. Lo más humano que podemos sentir nos da miedo. Aunque pensándolo bien, el miedo es lo más humano que podemos sentir.
Quiero encontrarme con quien también esté buscando perderse en los detalles rutinarios de otro. Quiero que sea pronto, no me aguanto.
Joder, que si sigo escuchándome vomito.

domingo, 6 de abril de 2014

Delirios del 'carpe diem'.

Últimamente me cuesta recordar. No retengo información. Se me olvidan las caras de las personas, los deberes que no anoté confiando en mi nefasta memoria, los conceptos que nos enseñan, lo que me dicen, lo que yo misma digo. No sé lo que hice hace tres días, no recuerdo qué comí ayer, no sé qué llevaba puesto. Vivo en un bucle continuo de amnesia, de alteración de la memoria reciente que me producen estas pastillas que consumo y que me consumen. Lorazepam bajo la lengua y otro día que comienza.

No recuerdo el final de las películas que veo ni la trama de los libros que leo. Estudio y se me olvida lo que estudio. Y sonrío, porque en el fondo me alegro de que mi cabeza no sea un mero almacén de información que regurgitar ante un examen. Sólo me queda confiar en mi capacidad para reflexionar y encontrar respuestas, por eso no me jode. Sonrío porque al menos tengo droga gratis y cuando interrumpo el tratamiento de repente, tengo unas ganas de hablar y de vivir que de otra forma no se consiguen.

Las ganas que me están ahogando. Quiero leer mil libros y poder hablarte de ellos. Quiero escribir y escribir y escribir y tener la certeza de que merece la pena. Tengo ganas de salir a la calle y recorrerme la ciudad en buena compañía. Tengo ganas de darlo todo en el gimnasio hasta quedar exhausta.
¿A dónde iré en mi próximo viaje? Sólo de pensarlo se me pone la piel de gallina.
Adoro desayunar a las dos de la tarde los fines de semana, encender el televisor y encontrarme a Morgan de la gran Unidad de Análisis de Conducta tan lejana, sonriendo con esos dientes tan envidiablemente blancos.
Me apetece sentir y disfrutar de la naturaleza, me parece que lo hacemos demasiado poco.

La vida son dos días: viernes y sábado. A todo lo demás no lo llamamos vida.

Quiero decirle que tiene unos ojos preciosos y que no entiendo por qué baja la mirada. Quiero decirle que me muero por todos y cada uno de los detalles que tiene conmigo y que trato de que permanezcan en mi memoria como sea. Quiero abrazarlo sin miedo, comérmelo a besos y que no resulte extraño, porque simplemente es lo que quiero hacer, dejando a un lado posibles significados ocultos.
Supongo que me gusta escribirlo todo porque es mi forma de mantener los recuerdos intactos.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Diecinueve de marzo.

Sale por la puerta, noto su vacío que no soy capaz de llenar. Noto esa inquietud que me deja a mí al marcharse. Su decepción, la mía. Es mi rencor lo único que nos llena. Eso de ser tan iguales que se haga imposible soportarnos.

Querernos sin decírnoslo. Odiándonos y escupiéndonoslo a la cara. No podemos sentarnos a hablar e intentar solucionarlo, no podemos decirnos lo mucho que nos queremos. No podemos sentir que imitamos una de esas series televisivas en las que en la vida cotidiana se incorporan gruesas pinceladas de dramatismo en forma de enfados y reconciliaciones que nunca tardan. En esas series lloran y en pocos minutos sonríen entre lágrimas, rozan sus manos, a veces las aprietan con ternura y acto seguido se dicen que se quieren.
Y nosotros no podemos.

En esta realidad en la que piso y resbalo, el mundo está tan perjudicado que me perjudica. Siento que no hay tiempo para manifestaciones de aprecio tan delicadas. Siento que los dos nos ponemos a la altura de este mundo frío y brusco, fríos y bruscos nosotros, y que sólo cuando estamos solos y nos sentimos solos, somos capaces de reflexionar y preguntarnos "¿por qué me comporto de esta manera?" "¿por qué no quiero que me quiera?" Y sólo estas situaciones, que sé que para ambos son las mismas, me hacen preguntarme si sólo quiero quererle pero no le quiero, o si le quiero y sólo quiero no quererle.

El Día del Padre va por vosotros, por todos aquellos que sí supisteis y aún sabéis alimentar, con lo bueno y lo malo, una de las relaciones más importantes de vuestras vidas, esas que se pueden contar con los dedos de una mano.
Feliz Día del Padre a todos los que podáis sentir que hoy existe algo que celebrar.

sábado, 8 de marzo de 2014

¿Por qué preferimos la noche al día?

Está llorando en su cuarto, sola. La luz apagada. El reloj marca las tres de la mañana. Nadie va a escucharla. Está empapando la almohada. Cuando se despierte a la mañana siguiente, la almohada sólo estará húmeda.

Son las cinco cerca de Churruca. Tercera calada a un verde y la realidad se muestra soportable y divertida. Cierra los ojos, suelta el humo, inclina un poco la cabeza hacia atrás y le dice algo al de al lado, vacilante.

Son las doce. El trabajo les ha dejado exhaustos, el cansancio se les ha acumulado. Se duermen abrazados, descansan. Hasta las once del día siguiente sus pies no rozan el frío suelo de la habitación.

Las dos y yo aquí, preguntándome por qué aún hay quien cuestiona el por qué de que nos guste esto.
Si estás cansado y puedes dormir, lo haces. Si necesitas llorar y desahogarte a solas, lo haces. Si un libro te tiene atrapado y no puedes parar de leer, no lo haces. Si mañana tienes un examen, puedes sustituir tus horas de sueño por un par de cafés y las horas de estudio que te debes -puede salir bien a veces-.
Si has tenido un mal día, puedes acostarte, dormir y saltarte la noche por completo, pero si quieres salir ella siempre es joven, siempre hay algún bar abierto, alguien despierto. Muchos estarán bajo los efectos de las drogas, quizá tú, puede que sea divertido o por lo menos intenso, y es algo que de día no está tan bien visto.
Puedes pasarte toda la noche viendo películas. Quizá en Internet o manteniendo en WhatsApp una conversación con alguien que te encoge el estómago, alguien por quien miras continuamente la pantalla de tu móvil y sonríes a esa respuesta que te hace latir más fuerte. ¿Por qué parece que te avergüenzas?

La noche nos gusta porque podemos hacer lo que nos gusta. Nos gusta por el silencio o por el ruido, por la oscuridad que a veces y en cierto modo nos hace olvidarnos de nuestros complejos, de nuestros problemas, por la sensibilidad humana que, sea por el alcohol, por la nostalgia, por el ambiente solitario o de oscuridad y ojos rojos -por las ganas, la droga o el frío-, se enciende siempre a partir de medianoche y aunque a veces al día siguiente te arrepientas, sólo estabas siendo la versión más sensible de ti mismo.

La noche nos gusta porque se adapta a nosotros, dura lo que queramos que dure y suele carecer de estrés.
Si no quieres vivir la noche, acuéstate, duérmete y no te levantes hasta que salga el sol. Esta noche durará lo que tú quieras. En cambio, no busques excusas: el día vas a tener que vivirlo, quieras o no.

domingo, 23 de febrero de 2014

Mi filosofía y letras.

No sé quién nos ha dicho que no merecemos sentir dolor. Nos atiborran a pastillas con nuestro erróneo consentimiento, nos quitan cualquier malestar, dolencias físicas, depresión, ansiedad y a veces hasta el miedo. Nos emborrachamos hasta no sentir nada, ni vergüenza, ni temor, nada. Fumamos para relajarnos y disfrutar de la no-realidad. Si no hemos dormido, por la mañana nos tomamos algún que otro café y un Parazetamol para el dolor de cabeza. Si estamos muy dormidos hacemos esto, si estamos muy despiertos: Lorazepam, Orfidal, Diazepam, cualquier nombre suena y vale. Ya hemos probado los remedios caseros y naturales, Valeriana Forte y cápsulas concentradas, pero sabemos que no funcionan porque no colocan. Nunca es suficiente. Además, sabemos consolarnos diciendo que la marihuana es una planta y al día siguiente nos despertamos sin haber soñado nada.
Entro en el aula y mi cerebro desgastado y atrofiado por los móviles, las obsesiones adolescentes, las cinco horas de sueño y esta clase en la que sólo hay que escuchar, acaba por hacerme creer que no valgo.
A veces me dedico a observar las caras de los demás e imaginarme qué pasa por sus cabezas. Algunos no paran de mover las piernas, inquietos, con el único pensamiento de querer que esto se acabe. Otros se dedican a utilizar sus teléfonos móviles, se observan en el reflejo de sus pantallas, mantienen conversaciones por WhatsApp, refrescan Instagram, Twitter... Pero no son horas y no hay mucho que ver. Este aburrimiento, ¿se debe realmente a la hora?
Venimos aquí con la idea de que queremos que la mañana pase lo más rápido posible, como si fuese la mayor de las torturas. Para algunos lo es. Llegas tarde y te comes una charla sobre lo que ya tienes claro. La profesora no ha venido y te obligan a estar en la biblioteca en silencio y casi hubieras preferido su asistencia. En el recreo a veces todo son malas caras, parece que nadie está realmente allí. Recoges tu tres en gallego y decides que, en vez de estudiar más tiempo y con más ganas, vas a dejar de hacerlo. Te repiten que estés callado y que te sientes bien y al salir te das cuenta de que no has retenido ninguna información.
Estamos todos dormidos, viviendo por vivir y viniendo aquí porque nuestra obligación es ésta. Tengo miedo a una realidad que se nos viene encima: asistimos a clase sólo para que no nos pongan falta.
Estamos tan acostumbrados a esta falta de motivación que cada vez que sentimos algo, lo rechazamos. No nos gusta que nos vean emocionados, no estamos acostumbrados.
¿Prefieres sentir miedo, estrés, sueño, adrenalina, felicidad o no sentir nada? Es mucho más fácil quedarme toda la madrugada estudiando y tirar de café y pastillas, llegar a las nueve y no saber deletrear ni mi nombre.
Los días pasan sin que nada pase, es cierto que todo fluye, nos dedicamos a aburrirnos unos a otros y a apuntarnos muchos fracasos y pocos logros.
La verdad es que a veces las clases sí me aportan algo. Me pregunto por qué no me centro en esto, por qué no lo valoro, por qué no doy las gracias por algunas clases que sí siento que merecen la pena y mi atención.
No sé quién nos ha dicho que no debemos sufrir. Me pregunto, ¿por qué estamos tan convencidos de que lo bueno es lo único que merecemos?

domingo, 9 de febrero de 2014

Febrero empalagosamente lluvioso.

La lluvia enciende la creatividad, la sensibilidad humana.
La lluvia nos enciende a nosotros y, en ocasiones, hace que el sol se apague.
En verano escribimos menos, salimos más. Lloramos menos, reímos más. En verano siempre hay más.
Más tiempo, más diversión, más horas de luz, más ganas. Siempre más y más.

Estoy harta de ver llorar al cielo y tener que quedarme en casa consolándole como buenamente puedo.
Pero me gusta tiritar de frío hasta que alguien me ayude a entrar en calor.
Me gusta que me dejes tu abrigo (y estoy pensando en salir desnuda para que me dejes toda tu ropa).
Me gusta el chocolate caliente en familia. Calentar el pijama en el radiador.
Me gusta que el viento y la lluvia acaben con nuestro maquillaje. Saben que necesitamos ayuda para usarlo menos.
Me gusta vivir así. Calentarme las manos alrededor de tu mechero, con un poco de miedo que también se enciende.
Me gusta llegar tarde a todas partes y tener una excusa a medias, despeinada, con el pelo mojado y no darle importancia.

Pero Galicia... Te juro que puedes parar de llorar.

domingo, 26 de enero de 2014

El paradigma educativo y mi egoísmo paradójico.

Me pregunto por qué un término tan complicado para algo que debería ser entendido por todo individuo que forme parte de este mundo.
Opino que una gran parte de nuestras vidas se basa en la educación que recibimos. Hace años yo no veía otra salida, así que me acostumbré a aquello: escuchar, escribir, estudiar, preocuparme. Necesitaba invertir mi tiempo en algo y no existían otras opciones, simplemente era la única dirección posible y lo comprendo, comprendo que tuviese que ser así.
Ahora tengo casi diecisiete y me dedico a pensar en mí en cada clase, porque todo lo demás no me importa a las nueve de la mañana.
La realidad es que estoy aquí, apreciando este momento tan maravilloso en el que el libro de historia me interesa menos que la vida del vecino, la lluvia cae estropeando cualquier plan ajeno y me hace sentir un poco mejor. Tan sólo estoy hablando de esto, de si está mal que esté reflexionando en vez de estudiar el liberalismo.
El estudio desmoralizador que practico activa cierta creatividad en mi cerebro y hoy me he dejado llevar por la idea de crear un horario con las clases que querría tener, partiendo de la supuesta base de que el mundo gira alrededor de mi egoísmo y que todo tiene que estar adaptado a mí, a mis necesidades, a mis gustos.
Sé que cuando unos ganan, otros pierden y, suponiendo que yo ganase y que mi horario se convirtiese en ley universal, la historia desaparecería, tendría informática, más horas de filosofía, más de arte y alguna de cocina porque, en un arrebato de responsabilidad, debo decir que me parece más útil, necesario y educativo que saberse la biografía de Napoleón que, como buena estudiante, he tenido que aprender cada año porque ya se sabe: la mierda se olvida.
Y no me malinterpretéis, no quiero decir que no tengamos que tener ni puta idea de nada, que debamos ser incultos pero al menos felices. Sólo manifiesto mi opinión en contra de esos "no es que esté mal, es que no es lo que te he pedido". No somos máquinas. El aprendizaje debería ser casi inconsciente y no forzado. Porque no recuerdo dónde ni cuándo, pero sé que, casi sin querer, un día aprendí leyendo: "deberían enseñarnos cómo pensar y no qué pensar" y no pude estar más de acuerdo.
No es tanto sobre qué clases se dan sino cómo se imparten. Asumo que yo también soy cómplice de este sistema educativo que nos ralentiza el pensamiento, que a veces nos quita tiempo más que hacernos ganarlo. El cambio está en cada uno de nosotros y es tan complicado y tan fácil como levantar la mano y aportar, mostrar la actitud que el mundo necesita para funcionar de la manera que en el fondo todos querríamos que funcionara. Compartir opiniones, debatir, aprender y no acumular conceptos, fechas, teorías.
Despierta, despierta el interés de tus alumnos y explota sus aptitudes, porque todo el mundo tiene algo que merece la pena, todo el mundo tiene algo que quiere aprender, algo que mejorar y algo que enseñarnos al resto.
Si yo fuese profesora de inglés, todos los lunes a primera hora de la mañana aparecería con un vídeo de Sabiduría Subtitulada para que abrierais los ojos que vinieron cerrados de casa, para empezar la semana con ganas, para impulsar todas esas brillantes ideas que residen en nuestras cabezas a conocer el mundo exterior. Repetiríamos sus frases, traduciríamos, comprenderíamos, añadiríamos vocabulario e intercambiaríamos opiniones en este hermoso idioma extranjero.
Qué fácil es ver la vida sin treinta años de experiencia en la materia, sin treinta años dando la misma puta materia a las mismas caras aburridas y somnolientas de siempre. Porque ya se sabe que un profesor empieza con ganas y acaba pensando sólo en la jubilación, al igual que tú sólo piensas en el timbre.

domingo, 5 de enero de 2014

Año nuevo, lo mismo de siempre.

Supongo que primero debería exponer en mi cabeza las ideas que quiero plasmar, darles forma y comenzar acto seguido. Pero se trata de emocionar, de hacer que esto os toque tan hondo como tocamos fondo alguna que otra vez. Quiero que alguien atrapado en la monotonía de un día cualquiera, me lea y esto desencadene algo en su interior.
Estoy aquí, esperando escribir un texto lo suficientemente sorprendente para que no lo olvides al menos en las próximas horas. Tú también estás en silencio, atento, esperando la próxima reflexión que dicte. Me pregunto si he conseguido captar tu atención con esto o me lees porque ya formo parte de tu rutina quincenal o mensual. Ambas opciones no me dan de comer, pero sí me alegran el día. No entiendo por qué tiene que ser menos importante.
Me encantaría hacerte sentir ligero.
Me encantaría que leerme fuese la afición de alguien.
Lo que me gustaría más todavía sería tomarme la vida en serio. Escribir en serio. Hacerlo y no simplemente decir que lo voy a intentar con todas mis fuerzas. Pero no nos engañemos, tú, al igual que yo, también te pasas horas con el 'sólo un poco más' y el tiempo sigue corriendo. En la cama, en la ducha, con el móvil o en frente del televisor o del ordenador.
Me avergüenzo de estos hechos e intento forzarme a creer que no me representan.
Por supuesto que me representan, nos representan: una sociedad enferma de estrés que practica mal la calma, siempre cuando no debe. Está claro que no soy la única que se sentó a estudiar el día anterior y el mecanismo de estudio rápido ya no le funcionaba.
Siempre me digo que mañana empezaré a hacerlo bien, a hacerlo todo como se debe. No sé si soy un caso perdido o me exijo de más.
Tengo la teoría de que cuando sabemos que valoran lo que hacemos, actuamos de distinta manera, como si nos deshiciésemos de nuestros fantasmas y sólo quedase de nosotros la esencia. Si el ser humano fuese un jardín, la esencia sería lo que queda al arreglar el terreno y arrancarle las malas hierbas.
Somos esa mezcla de mercurio y oro. ¿Es el hecho de que haya menos lo que le hace al oro valer más? ¿Es el hecho de que el mercurio sea peligroso lo que le hace valer menos? Dicen que la parte de nosotros que no se hace notar también puede ser peligrosa.
Llamo "esencia" a lo que queda de nosotros cuando algo nos hace resplandecer, quizá una desgracia por lo mismo. Cuando algo despierta nuestra humanidad y humildad. En esos momentos todo lo demás no importa.
Cuando el dolor se hace protagonista, desaparece la importancia que le damos a la apariencia.
He intentado hacerlo lo mejor posible, pero siempre es posible algo mejor.
Me encantaría dejar de enredar y ser capaz de contar una historia.
Pero no sigo ningún guión. No sirvo para seguir las pautas.
Un año más, siento que no sé escribir, pero me gusta.
Esto sí me representa.