Despacio.Nunca es demasiado tarde, nunca un texto es demasiado largo, nunca hay demasiada prisa.
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domingo, 3 de agosto de 2014

A mi hermano, el que emigra.

Aún hay cuatro sillas en la mesa y nos empeñamos en decir que una es para invitados. Mamá anhela tu vuelta desde el día en que te fuiste y desea lo mejor para ti mientras no estés aquí. Quiere que te comas el mundo, confía en ti. Intenta callar una voz interior que le dice que si no te va del todo bien, volverás. Intenta callarla pero yo la escucho. Sé que durante unos instantes le gusta esa idea, pero enseguida la cambia por ese otro pensamiento que dice "lo que tenga que ser, será y será bienvenido" y volvemos a respirar paz y rutina, el oxígeno particular de nuestro hogar.

Hace ya cinco meses que te fuiste. Los recuerdos no me hacen daño y por extraño que parezca no te extraño tanto como para que me dañe tu recuerdo y ausencia. Ambos sabemos que nos llevamos mejor separados, sin gritos ni peleas y es que, al no estar aquí, puedo contarte mis días y sentir que los comprendes mejor que nadie.
Me da miedo esto de quererte lejos con la excusa de querer quererte más. Siento que te quiero pero no te necesito. Ya nadie vacía la nevera ni me arrebata la inspiración con música de pocas luces en la pista y pocas luces en la cabeza. Ya nadie hace ruido, tampoco compañía, pero hay que elegir. La vida sin ti es más cómoda, pero sólo más cómoda. Supe afrontar el cambio: una infancia y media adolescencia contigo, me toca vivir la otra media sin ti.

Nos estamos acostumbrando a que todos a nuestro alrededor tengan que irse, a buscarnos la vida fuera de aquí. Cada vez nos lo ponen más fácil, baja el precio del roaming, nos hacemos Skype y nos sentimos cerca. Nos comunicamos más por Internet que en persona. Es lo que más me entristece, el retorcimiento del uso. Tengo amigas que viven a una manzana de aquí y nos hablamos más por WhatsApp que a la cara. Algunos se van un año a estudiar fuera y ni se nota.
Volvamos a lo que somos, sentados en un banco o en un bar, pero mirándonos a los ojos. Parece mentira, pero echo de menos mirar y no ver letras y, aunque me cueste admitirlo, sé que no es lo único que echo de menos.