Despacio.Nunca es demasiado tarde, nunca un texto es demasiado largo, nunca hay demasiada prisa.
Encuentra el olor, el sabor, la imagen. Encuentra el mensaje.
Escribo mi película, tú lees mis líneas y ves la tuya.

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lunes, 22 de agosto de 2016

Sensaciones

Muerdes el barquillo de un helado y en el aire permanece el sonido de tus dientes en contacto con una masa crujiente, la primera parte de un sinfin de deseos fugaces que a menudo solo las estrellas cumplen. Yo tengo frío en verano. Me dices: "no sabes lo que aún está por venir" y comprendo esta sensación helada que tengo tan dentro, pero es lo único que comprendo.

Estamos llorando juntos. Escribo esta frase y me doy cuenta de que no puede sonar triste. Pienso en el descenso hacia mi más allá (siempre pensando que, aun así, estoy más aquí que el resto) y mientras la guío con el perro revoloteando en el césped, las señoras de collares largos y pesados cerca y mis descripciones muertas de ganas por hacer servicio, acabo envidiando la exactitud, el rigor de un escritor de verdad.

A veces cierro los ojos porque el humo que me escupen no me deja ver. Contaminación ajena, decisiones de otros, pero es mi aire y lo respiro sucio y triste. Me pregunto si se puede reprochar el no ser feliz a alguien o algo o si la culpa solo la tiene uno mismo.

Ardo por dentro cada vez que pienso un rato. Mi cabeza está echada a perder. Tengo uno de esos muchos incendios de mi tierra tan a dentro del coco como la llevo a ella en mi pecho; me persigue allá donde voy y yo le sonrío por el cariño que nos trajo el tiempo. El viento solo nos trajo polvo y un intento de arrancar esas raíces.

La educación es como esa serie o esa página web que intenta reinventarse para causar sensación y mete la pata hasta el fondo. Todo el mundo quiere volver a lo antiguo una vez probado lo nuevo (y comprobado que, tras un tiempo, no funciona mejor). Ahora escuchamos a las personas mayores, sabemos que tienen algo que decirnos. Perseguimos nuestros sueños hasta el final y descubrimos que son ellos los que nos empujan a nosotros, los teníamos justo detrás, alentándonos para seguir adelante. A veces no sabemos ver eso. A veces necesitamos ayuda (y son más de las que pensamos).

El sueño me paraliza como el aburrimiento, con ambos abro la boca y suelto el aire. Vivimos cansados. Me sorprende lo poco que recuerdo y lo mucho que mi cuerpo acumula. Nuestra piel tiene la memoria más cruel, pero no es la única que recuerda.
Hoy quiero agradecer, entre tanto verso prosaico y tanta gaita (asturiana o gallega, porque me siento persona amada y amante en ambas) que tengo a mis mayores para enseñarme tanto, como esa fuente de sabiduría infinita que son y que sin embargo no siempre llevan la razón; ahora sé que no solo se aprende de la verdad.
Ya no distingo los derechos de los privilegios, me tienen demasiado confundida. Sea lo que sea, me siento tan afortunada que si esto estuviese escrito a mano no podrías leerlo, contaría con la saturación de emociones que reflejan lo ilegible.

martes, 5 de julio de 2016

Mi cuarto es Roma

Nado entre mis papeles acariciados por tinta negra para encontrar el texto que quiero publicar, el que tengo en la mente desde que lo escribí, el último. Abro la carpeta verde y hay papeles dentro y fuera de los plásticos. Disfruto mientras pienso en que nada me representa mejor. Está llena de dibujos de mis primas, relatos escritos en Suiza, escrituras automáticas del último año de instituto, recuerdos plasmados con hora y fecha, apuntes perdidos y un análisis muy revelador que me hice a mí misma bajo los efectos de una pastilla y que no había leído hasta hoy. Todavía tengo los ojos muy abiertos por esto. Experimentos de coaching, canciones de Cool, tachones, preguntas, el análisis que le hice a Andrea. Una imagen de Pessoa traída de Lisboa, un análisis profano, mi reseña personal de Skagboys y Las pesadillas del Marabú y un esquema que comienza con "Ideas claras". Sin embargo, sé que no tengo nada claro. Miro a mi alrededor y confirma mi caos, no cabe un alfiler más en mi habitación llena de pirámides. El quitaesmalte está al lado de una crema solar que me saluda por primera vez. La crema está al lado de la bombilla del mate, ésta está muy cerca de los libros de alemán a su vez pegados a una botella de agua vacía desde hace días y una caja de zapatos Converse con varias libretas dentro. El texto que quería publicar no lo he encontrado. Es como cuando tienes una canción en la cabeza y no pararás hasta averiguar cuál es y escucharla, pero no es un proceso rápido.

Hay recuerdos que quedan tan abajo que cada vez que me asomo siento el vértigo hasta en el último de mis huesos. La palabra instituto me está haciendo sentir eso. No quiero volver, pero tampoco estar aquí. Pienso en el instinto, en lo bien que lo usaba allí. Me pregunto si estoy perdiendo facultades.

Ahora escucho el ruido de mis dedos al teclear y cómo el sonido de la barra espaciadora es el más molesto. Siento a mis padres cerca, a la 1.26 exhalan con la intención de que el calor salga del cuerpo. Intento hacer el texto más corto para dejar de hacer ruido. Intento pensar que posiblemente esto no sea ruido, si no un sonido lejano. Yo les escucho respirar, pero no todos somos iguales.

Me pregunto cuándo mi mente ha aprendido a hacerlo mejor sin salir de ahí, sin ver el exterior... Siempre creí que pensaba mierda y hacía magia. Ahora lo pienso y es oro, lo escribo y sé que no ha merecido la pena sacarlo a la luz.

Me gusta despertarme y saber que me has escrito. Imagino qué satisfacción sentirías al saber que escribí sobre ti antes de dormir. De momento me guardo el secreto.

Hoy la casera ha dado problemas, ha llegado una factura nueva, me ha hablado una amiga de la que hacía tiempo que no sabía nada. Hoy me he emocionado con una canción, he enviado una queja, he solicitado un trabajo. Hoy he vuelto a sentir vértigo sin subirme a las alturas, pero fue solo un momento. Hoy ha sido un día más en el que me he creído que puedo impartir justicia y me he golpeado contra un muro. Me hubiese hecho más daño no haberlo intentado.

domingo, 22 de mayo de 2016

1

Recuerdo el hormigueo en las manos, esa sensación de placer que provocan los nervios cuando el sentimiento se muestra indomable. Recuerdo mirarme al espejo durante tanto tiempo que concluí en taparlo para centrarme. Recuerdo el sol calentándome tan fuerte al caminar que incluso pude odiarlo y, no mucho tiempo después, temblar de frío durante tantas horas que al regresar a casa el calor no volvía a mi cuerpo ni con cuatro mantas. Recuerdo volver a desear que me calentase el sol, pero ya era tarde. Lo quería conmigo cuando ya se había ido.

Recuerdo desear que me creciesen los pechos, mirarlos, regarme en la ducha por el placer de sentir el agua caliente correr por todo mi cuerpo, partiendo de las raíces de mi pelo hasta gotear desde las puntas al suelo. Ducharme durante más tiempo del necesario; utilizar la relajación y el sonido del agua para una reflexión inconsciente, la más productiva del día. Creer firmemente que si fuese una planta, mi última hoja tocaría nuestro techo. Recuerdo que me doliesen mucho antes de empezar a sangrar sin caídas.

Recuerdo perder el miedo a la oscuridad, en la oscuridad. No recuerdo la última vez que lo sentí dentro. Ahora busco adrenalina, pero evito el pánico. Echo en falta creer verbalizarlo con precisión; ahora sólo soy más práctica.

Recuerdo escucharle cantar muy bajo en una esquina solitaria, cerca de aquel antro. Recuerdo sus ojos muy abiertos cuando delante suya se metieron las primeras rayas de cocaína. Primer impacto. Cambiamos de tema y pareció que desaparecía. Sin embargo, lo que un día evitas, no se mueve del sitio.

He tenido más de siete vidas, pude empezar más de una vez al levantarme. Pronto el hábito volvía a hacerme monje. Recuerdo haber hablado con Dios, hoy sé que no es cierto, he podido evolucionar hasta por fin sentirme a gusto.
Recuerdo haber creído con seguridad que quien me quería deseaba hacerme daño. He creído tantas cosas que resultaron ser falsas con el tiempo, que ya no puedo creer, mucho menos sin cuestionármelo. Lo siento muy dentro hasta desgastarlo. No tengo los pies en el suelo, por eso no sé hacia dónde estoy caminando.

domingo, 17 de abril de 2016

Sin conexión

Cientas de toses se alimentan al escuchar su eco. Buscan, muy tensas, un silencio cómodo por el que vagar. Sus poses son rígidas, sus teces grises. Un banco más de peces que cambian de color sólo cuando abandonan el banco y se vuelven del mismo (homogéneo, estándar, triste) cuando se juntan sin un motivo más allá que el de seguir nadando en la misma dirección. Una batalla constante entre la frecuencia y el tiempo; la primera tiene prisa y puede hacer que me rinda. El segundo persevera y nadie ha conseguido nunca frenarle. Monumentos, relaciones, objetos: mido su valor en años. Años vacíos, años intensos, años. Pasan y son entonces otras palabras las que me provocan ilusión de frecuencia. Pasan los días, y son otras palabras las que frecuento.


Con el don de describir con las palabras exactas un sabor que no he probado, cojo el móvil a punto de caer bajo los efectos del sueño y, con toda mi voluntad (que no me cuesta levantar en absoluto) escribo en sus notas lo que mi mente logra retener del pensamiento mágico de hace unos segundos. Sin embargo, toda esa voluntad se convierte en desmotivación cuando suena el despertador antes del mediodía, durante o cuando ya ha pasado. Dame una razón para sacar estas ganas de la cama y que se miren con cariño en el lavabo. Me paso los días escribiendo cómo me sobrepasan los días.  Como Muriel, me imagino con una máquina de escribir en frente de mi ventana, pero sin embargo mis dedos se deslizan sobre un teclado táctil o escribo palabras ilegibles con un Bic al que le doy diez días de vida. El tiempo y la frecuencia han marcado el fin y el principio de cada época.

domingo, 27 de marzo de 2016

De los dieciséis a los ochenta y dos

Hoy por la mañana tenía doscientos mensajes de WhatsApp en un grupo de amigos. Marta, sin pensar qué estaba haciendo, contribuyó en la difusión de un vídeo porno grabado anoche por dos personas que al parecer debería de conocer de vista y de nombre. Todos en el grupo lo hacían. Me descargué los catorce megas de vídeo y me vi los tres minutos de duración, sorprendida, tensa. Quería analizar, casi por instinto, qué perfil psicológico se escondía detrás de dos personas no lo suficientemente ignorantes como para desconocer que grabarse follando les puede traer problemas reales. El chico, con muy mala fama, exconvicto y habitual en los juzgados, difundió el vídeo. La chica, menor, hermana de un amigo de un amigo mío, era consciente de estar siendo grabada (sujeta la cámara en parte del vídeo). Sus ojos están perdidos, parece estar más drogada de lo habitual a los dieciséis años (aún más)... El chico señala la cámara con orgullo, susurran sobre ello, se mueve cómodo, experto y mira más a la cámara que a ella. Tiene una sonrisa, una expresión que me produce repulsión. En ningún momento consuman el acto de la manera que considero más clásica. Ella permanece totalmente pasiva, sólo él la toca. La toca continuamente y creo que la mitad del vídeo consiste en la imagen de la parte más íntima de ella junto a la boca y la lengua de él. Ahí es donde estoy casi segura que ella sujeta la cámara. En ningún momento emite sonidos de placer mientras el objetivo enfoca a sus partes íntimas totalmente rasuradas. Dicen que perdió la virginidad esa noche y que ellos son amigos. Dicen que el chico es gay y se confirma que tiene veinte años. Lo único que sé, si es que sé algo de todo esto, es que no queda ni rastro de la intimidad de ella en Vigo. O precisamente, quizá eso es lo que quede: el rastro de su intimidad en los móviles de todos los jóvenes de mi ciudad.
Pedro ha mandado el vídeo al hermano de la chica. Tiene que saberlo y denunciarlo. No me gustaría estar en la piel de ninguno de los dos.
El chico no para de repetir "¿te cunde, bebé?" cuando introduce sus dedos."¿Mucho?" Tiene un acento gallego irritante. No me puedo creer que esto haya llegado a mis manos. No he podido sacar grandes conclusiones, para ello tendría que volver a verlo y no voy a hacerlo. Después de estos tres minutos y la conversación de mis amigos, me siento alterada. Borro el vídeo, pero no puedo evitar tener grabado en la cabeza algo más que el impacto producido.

Mis amigos comentan por el grupo estupefactos, están tan sorprendidos como yo. El chico les da mucho asco. Me pregunto cuánto del porno que ven en sus casas es consentido. Probablemente mucho, aunque no todo. Ese porno no es más legal, tampoco necesariamente más ético. Este vídeo les da asco porque el contexto es diferente.
Me han surgido bastantes reflexiones después de esto. La industria del porno es otro campo del que no controlo ni un 1%; las seiscientas páginas del libro homónimo de Irvine Welsh han ayudado un poco, quizá fueron dos meses leyendo y leyendo. Tampoco controlo más de un 1% de matemáticas, por supuesto. Probablemente de historia, menos. No conozco ni un 1% del mundo; es tanto, y a la vez tan poco... Sólo sé que cuanto más sé más consciente soy de lo poco que sabemos.
Pero esto sólo fue lo que vi y viví cuando me levanté, a las dos del mediodía. A pesar de la hora, en mis días suceden tantas cosas que parecen tres.

Después de jugar al pádel por la tarde, fuimos a cenar fuera mi madre, mi tío, Ana, Mario y yo. Como de costumbre, después de una cena y una conversación muy agradable, surgió el tema de mis abuelos. Mi abuela, sus miedos, manías y contradicciones no dejan que mi abuelo viva. Mi abuelo es una prolongación de mi abuela y se niega a negarse a todos sus deseos. Algo se esconde dentro de la abuela, no quiere nada, todo son quejas y no quiere moverse, ni que mi abuelo lo haga. Mi abuelo, lleno de vitalidad y con la cabeza funcionando a las mil maravillas a sus ochenta y dos, deja que sus ganas de vivir vayan mermando junto a ella. Mi tío no puede soportar esto y no encuentra la solución. Todo lo resumen en cortarle el cuello u obligarla de algún modo a que deje a mi abuelo respirar sin ella de vez en cuando. El problema es que mi abuelo dejaría de respirar si se lo pidiera, sólo por la comodidad que supone no llevarle la contraria. Está cansado. Están cansados y agotan a cualquiera.

Volví a casa con la convicción que siento siempre de que yo lo puedo todo. Mañana hablaré con el abuelo y a la abuela le diré que traigo la palabra de Dios en un bote de cristal dorado que confirma que se va a morir igual, que viva; me gustaría que fuese sincera. "Abuela, ¿qué pasa?" Le diré a mi abuelo que me escriba un libro de arquitectura modernista. Le diré a mi otro tío que intervenga sólo como él sabe. Tiene que dejarla temblando. Las ondas sonoras tienen que llegar al corazón, como los tambores de las fiestas, por eso está gritando. Tiene que recordarlo. 
Mi madre me dice que tengo que dejar de delirar. Les diré a todos que es mejor arrepentirse de lo que sí han hecho.
Ahora estoy bajo la ducha, donde cada gota es un pensamiento. Es la mejor forma de inspirarme, relajarme y perder la noción del tiempo. Bajo el agua y su envolvente sonido encuentro preguntas y respuestas, si coincide la pregunta con su respuesta es como acertar en el Memory
Salgo de la ducha y miro el móvil por primera vez. Eso me hace acordarme del vídeo; me había olvidado por completo de sus imágenes a lo largo del día.
Veo la hora: las 3.20, no puedo creerlo. Intento hacer mis malabares mentales para descubrir qué estuve haciendo en el baño durante tanto tiempo. Mis dedos arrugados y el vapor en el techo del aseo indican que, como siempre, ha sido un ritual largo. Entré en la ducha a la 1.20, no es entendible. A los diez minutos, comentando con mi hermano soy consciente, de repente, de que han cambiado la hora. No han sido dos horas en el baño, sólo ha sido una. No existe el tiempo perdido. Existen los buenos hábitos, los malos, las manías, los errores y los aciertos. Es posible que la hermana de Andrés aprenda lo mismo que sufra de aquí a un tiempo... Es posible que el chico en cuestión arregle algún día lo que tenga pendiente consigo mismo. Quizá Marta no sea tan impulsiva la próxima vez. No sé qué será de mis abuelos, pero voy a hacer todo lo posible por saberlo y contribuiré con mi fuerza a que la balanza se incline hacia el lado que me parezca más conveniente para ellos, para todos. No puedo cambiar sus hábitos: aporto algo nuevo y espero reacciones. No, Einstein, no voy a hacer siempre lo mismo. Quiero resultados distintos.

domingo, 21 de febrero de 2016

Entropía

Escribo por amor al arte. Te creí mi inspiración, ahora brillas poco. Traigo la palabra de Dios en una botella que sube mi temperatura a sus grados de alcohol. Me sienta mal el humo, pero lo atrapo y pienso en eso de que nunca se vuelve a comprimir una vez que sale del cigarro. Es el desorden molecular de la entropía.  Si esta indica desorden por definición, entonces no hay nada más entrópico que el nuevo Amazonas en mi cuarto. La tinta es la lluvia y por muchas nuevas tecnologías que se inventen, no logro renunciar al papel que acumulo.

Acaricio la realidad con las manos y sólo tiene ya espinas que clavar. Sigo buscando inspiración en lo cotidiano. A veces, en un descuido, recuerdo que un día vivimos un gran principio; es como si nos hubiésemos quedado atrapados en los diez primeros minutos de película, es como si viviésemos en el margen de la página ocho de un libro.
Escribo con el alma hundida en Lorazepam. Al día siguiente encontré tus ojos rojos entre el rocío en el césped y el vaho al soltar nuestro aire. Caminábamos entre quejas y pañuelos para sonarnos los mocos mientras nada dentro de mí permanecía hundido ya. Estaba tan bonito con el frío avergonzando su piel... En su voz siempre hay un abandono que me llena de ternura. Siento nostalgia de lo que nunca me ha rozado cuando él la convierte en algo audible.

Despierta. Las vidas posibles de Mr. Nobody. ¿Qué vas a hacer? Yo tampoco sé quién soy.

¿Cómo pueden los especialistas vivir con el peso del conocimiento de que tantas y tantas personas que pasan por sus consultas sufrieron maltrato infantil o sufren maltrato actualmente, tanto físico como psicológico? ¿Cómo se carga con el peso de una sociedad que vive sus miserias en silencio y viene a contártelas en secreto?

Molesta estar en malestar, mamá. Tengo miedo a ser ese especialista en salud mental, que me arrebaten la empatía o me hagan llorar cada noche.

Vivo tranquila, sin sobresaltos. No llegaré a tanto. Al fin y al cabo, sólo estoy viendo una película mientras pasan horas, días y semanas en las que cojo el libro equivocado y en vez de ampliar mis conocimientos sobre literatura en los países de habla germánica, me leo quinientas páginas sobre cocaína y cómo discretamente gobierna el mundo quien sabe moverla bien.

Me gusta crear, sacar conclusiones, mostrar resultados. No estoy aquí para memorizar las teorías y logros de otros. En el camino que quiero recorrer nadie ha plantado señales luminosas, si me pierdo no es casualidad. Tampoco mala señal. No hay mala señal. No hay señales. No hay humo. Cero   Cero   Cero   ...

"Esto lo arregla el tiempo". Dejamos pasar mil oportunidades y nos hicimos viejos.
La palabra de Dios me ha nublado la vista y sin palabras me han dejado sus ojos. Para tener amor en la vida quizá haya que crear vida con amor... Yo doy gracias a mi familia por esta oportunidad tan grande para seguir amando.

Una vez que se expande el humo no vuelve a comprimirse. Una vez que explotas ya no puedes reunir todos los cachos. Después de un paso, nada vuelve a ser como antes. No se puede volver a atrás. No-se-puede...

domingo, 24 de enero de 2016

El miedo a cómo me hace sentir el miedo

Cuando el conflicto se vuelve problema, el problema obsesión, la obsesión un mundo aparte. No importa que yo envíe razón, voluntad, esfuerzo; no importa que duela, que moleste, que impida; no importa si estoy paralizada, entusiasmada o triste, el miedo juega en otra liga de sordos que tampoco miran por donde pisan. El miedo juega conmigo, me juega malas pasadas y me impide desplegar estas alas mientras las oportunidades se van sin que yo tenga la mía para alcanzarlas.

Soy incapaz de ver venir a la siguiente ola en la dimensión de mis emociones.

¿Te parece bien una entrada por mes? Ya nadie te escribe -ya no escribes- Eres como Risto Mejide cuando tuvo la gran idea deBasta. Te balanceas otra vez.
Soy demasiado sensible al movimiento del mundo. Me marean sus continuas vueltas.

Dame una razón para levantar estas ganas de la cama, que se vistan de seda, se miren con cariño en el lavabo y emprendan con fuerza otra oportunidad llena de preguntas a juego con el desconcierto que hace vibrar mis insectos interiores, con un sonido melódico, claro y limpio, esculpiendo el interior rocoso de este metro sesenta de fe y de sed. El agua acelera desde los nudos de mi pelo hasta el de mi garganta, deshace con el tiempo los primeros y sólo el primero me quita del segundo, porque no hay enredo mayor que el que creo y creyendo en él no pienso en nada más, sólo me obsesiono. Y veo el "sí o no" en la palabra "obsesiono" y me sigo diciendo "o sí o no" m u y   l e n t o . . . Mientras mi cuerpo cae rendido y no encuentra motivo por el que coger el sueño, agarrarlo y no soltarlo; este cerebro es el jugador número uno, no quiere apagarse. Pero sé que se me acaban las pilas y no he guardado la partida; mañana no tendré nada nuevo en la memoria, sólo miedo a cómo me hace sentir el miedo, como hielo frenando un barco, como esconder la mano por si la piedra existe.