Despacio.Nunca es demasiado tarde, nunca un texto es demasiado largo, nunca hay demasiada prisa.
Encuentra el olor, el sabor, la imagen. Encuentra el mensaje.
Escribo mi película, tú lees mis líneas y ves la tuya.

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sábado, 23 de febrero de 2013

Restos de consecuencias anímicas.

Por mucho que intente ocultarlo cuando las buenas compañías y los grandes o pequeños placeres me mantienen distraída en días o momentos intensos, me siento escoria.

Todos parecen lograr algo. El vello de los brazos del público se eriza cuando ellos cantan o tocan. Muchos otros destacan indudablemente en algún deporte. Los hay que salvan vidas. Otros tienen muy claro sus objetivos y lo que van a hacer y eso es algo que me parece verdaderamente envidiable.
Pero yo estoy aquí, a cara descubierta fingiendo que nada pasa y que mi autoestima no decae. No encontraré un talento, no aprenderé nada que pueda llegar a definirme, no destacaré y no me sentiré para nada orgullosa.
Porque entre las palabras mentales pero envenenadas que a los demás dirijo se encuentra vestido de camuflaje mi dolor.
Sé que mañana me levantaré, con mis asuntos que llevar a cabo y cuando lea estos párrafos lo único que querré hacer será borrarlos. Lo que estoy haciendo ahora es liberar una escasa parte de mi depresión encarcelada en mí misma que sólo oculto y para nada comparto. Mañana lo volveré a negar todo y seguiré acumulando esto que tanto me contamina.

En definitiva, ¿cómo podría resumirlo? Pienso que todos nosotros convivimos con un oscuro individuo dentro que nos pertenece, que nos desgracia, nos hace llorar (no intentes negarlo) y sufrir incluso por una pequeña tontería. Nos guardamos el secreto de esta pequeña locura y así, dentro de nosotros mismos, florece y se convierte en ansiedad, estrés, úlcera, depresión o ese ser humano que, tras amoblar sus posaderas en un humilde sofá, hoy no quiere hacer nada y no se va a mover del sitio.
Siento que no tenemos arreglo, que hoy mi ánimo explota en mil palabras y mañana reina mi silencio. Por eso quiero compartirlo.

Todo me defrauda porque estoy en guerra conmigo misma. Hoy necesito remediarlo.

sábado, 9 de febrero de 2013

Miedo al miedo.

Cada vez es una carga distinta. Van pasando los años al igual que las fobias, mis irracionales miedos.
Ahora tengo quince y me las doy de ser supremo cuando no estoy llorando las lágrimas más amargas en la oscuridad que me cubre, en la que me avergüenzo de ser lo que soy y de intentar ser lo que no.
Supongo que he nacido con una mente que no sé utilizar. Lo he llegado a pasar tan mal que es imposible enumerar adjetivos con la convicción de transmitir una idea aproximada de cómo me sentía. Llorando, llorando en la calle mirando al puerto, porque al entrar en una puta tienda sentía que fallecía, literalmente me sentía morir, y tenía que salir por patas en un comercio en el que, pese a mi exagerada incomprensión, personas y más personas caminaban dentro, como si aquello no pudiese ramificar en pesadillas. Y cuan estúpida me siento ahora, con este problema entre las manos que no sé como resolver.
Me niego a aceptar que yo funciono de forma diferente. Me niego a explicárselo un sábado por la tarde cuando ellas quieran entrar en un negocio y estemos juntas. Y no hay impedimento justificado, no suelen comprenderlo. Es sólo que me siento con ganas de nada, cansada de estar débil, cansada de estar cansada.
Y el tiempo pasará y este miedo hará compañía a todos los demás de mi larga lista de las pesadillas olvidadas. Pero otra ocupará su lugar, volviendo a despertar mi infierno más personal.

Sólo quiero descansar. Comer y sentirme fuerte; dormir y sentirme bien. Pero sigo temblando de frío cuando éste no está presente, sigo necesitando salir porque no puedo respirar, me ahogo. Necesito encogerme y cerrar los ojos, imaginarme que soy lo que pensaba que era y no esto que me dicen que puedo superar, que la cura está en mi cabeza.
Pero ése es el problema.
La cura... La cura está en mi cabeza.