Despacio.Nunca es demasiado tarde, nunca un texto es demasiado largo, nunca hay demasiada prisa.
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domingo, 27 de marzo de 2016

De los dieciséis a los ochenta y dos

Hoy por la mañana tenía doscientos mensajes de WhatsApp en un grupo de amigos. Marta, sin pensar qué estaba haciendo, contribuyó en la difusión de un vídeo porno grabado anoche por dos personas que al parecer debería de conocer de vista y de nombre. Todos en el grupo lo hacían. Me descargué los catorce megas de vídeo y me vi los tres minutos de duración, sorprendida, tensa. Quería analizar, casi por instinto, qué perfil psicológico se escondía detrás de dos personas no lo suficientemente ignorantes como para desconocer que grabarse follando les puede traer problemas reales. El chico, con muy mala fama, exconvicto y habitual en los juzgados, difundió el vídeo. La chica, menor, hermana de un amigo de un amigo mío, era consciente de estar siendo grabada (sujeta la cámara en parte del vídeo). Sus ojos están perdidos, parece estar más drogada de lo habitual a los dieciséis años (aún más)... El chico señala la cámara con orgullo, susurran sobre ello, se mueve cómodo, experto y mira más a la cámara que a ella. Tiene una sonrisa, una expresión que me produce repulsión. En ningún momento consuman el acto de la manera que considero más clásica. Ella permanece totalmente pasiva, sólo él la toca. La toca continuamente y creo que la mitad del vídeo consiste en la imagen de la parte más íntima de ella junto a la boca y la lengua de él. Ahí es donde estoy casi segura que ella sujeta la cámara. En ningún momento emite sonidos de placer mientras el objetivo enfoca a sus partes íntimas totalmente rasuradas. Dicen que perdió la virginidad esa noche y que ellos son amigos. Dicen que el chico es gay y se confirma que tiene veinte años. Lo único que sé, si es que sé algo de todo esto, es que no queda ni rastro de la intimidad de ella en Vigo. O precisamente, quizá eso es lo que quede: el rastro de su intimidad en los móviles de todos los jóvenes de mi ciudad.
Pedro ha mandado el vídeo al hermano de la chica. Tiene que saberlo y denunciarlo. No me gustaría estar en la piel de ninguno de los dos.
El chico no para de repetir "¿te cunde, bebé?" cuando introduce sus dedos."¿Mucho?" Tiene un acento gallego irritante. No me puedo creer que esto haya llegado a mis manos. No he podido sacar grandes conclusiones, para ello tendría que volver a verlo y no voy a hacerlo. Después de estos tres minutos y la conversación de mis amigos, me siento alterada. Borro el vídeo, pero no puedo evitar tener grabado en la cabeza algo más que el impacto producido.

Mis amigos comentan por el grupo estupefactos, están tan sorprendidos como yo. El chico les da mucho asco. Me pregunto cuánto del porno que ven en sus casas es consentido. Probablemente mucho, aunque no todo. Ese porno no es más legal, tampoco necesariamente más ético. Este vídeo les da asco porque el contexto es diferente.
Me han surgido bastantes reflexiones después de esto. La industria del porno es otro campo del que no controlo ni un 1%; las seiscientas páginas del libro homónimo de Irvine Welsh han ayudado un poco, quizá fueron dos meses leyendo y leyendo. Tampoco controlo más de un 1% de matemáticas, por supuesto. Probablemente de historia, menos. No conozco ni un 1% del mundo; es tanto, y a la vez tan poco... Sólo sé que cuanto más sé más consciente soy de lo poco que sabemos.
Pero esto sólo fue lo que vi y viví cuando me levanté, a las dos del mediodía. A pesar de la hora, en mis días suceden tantas cosas que parecen tres.

Después de jugar al pádel por la tarde, fuimos a cenar fuera mi madre, mi tío, Ana, Mario y yo. Como de costumbre, después de una cena y una conversación muy agradable, surgió el tema de mis abuelos. Mi abuela, sus miedos, manías y contradicciones no dejan que mi abuelo viva. Mi abuelo es una prolongación de mi abuela y se niega a negarse a todos sus deseos. Algo se esconde dentro de la abuela, no quiere nada, todo son quejas y no quiere moverse, ni que mi abuelo lo haga. Mi abuelo, lleno de vitalidad y con la cabeza funcionando a las mil maravillas a sus ochenta y dos, deja que sus ganas de vivir vayan mermando junto a ella. Mi tío no puede soportar esto y no encuentra la solución. Todo lo resumen en cortarle el cuello u obligarla de algún modo a que deje a mi abuelo respirar sin ella de vez en cuando. El problema es que mi abuelo dejaría de respirar si se lo pidiera, sólo por la comodidad que supone no llevarle la contraria. Está cansado. Están cansados y agotan a cualquiera.

Volví a casa con la convicción que siento siempre de que yo lo puedo todo. Mañana hablaré con el abuelo y a la abuela le diré que traigo la palabra de Dios en un bote de cristal dorado que confirma que se va a morir igual, que viva; me gustaría que fuese sincera. "Abuela, ¿qué pasa?" Le diré a mi abuelo que me escriba un libro de arquitectura modernista. Le diré a mi otro tío que intervenga sólo como él sabe. Tiene que dejarla temblando. Las ondas sonoras tienen que llegar al corazón, como los tambores de las fiestas, por eso está gritando. Tiene que recordarlo. 
Mi madre me dice que tengo que dejar de delirar. Les diré a todos que es mejor arrepentirse de lo que sí han hecho.
Ahora estoy bajo la ducha, donde cada gota es un pensamiento. Es la mejor forma de inspirarme, relajarme y perder la noción del tiempo. Bajo el agua y su envolvente sonido encuentro preguntas y respuestas, si coincide la pregunta con su respuesta es como acertar en el Memory
Salgo de la ducha y miro el móvil por primera vez. Eso me hace acordarme del vídeo; me había olvidado por completo de sus imágenes a lo largo del día.
Veo la hora: las 3.20, no puedo creerlo. Intento hacer mis malabares mentales para descubrir qué estuve haciendo en el baño durante tanto tiempo. Mis dedos arrugados y el vapor en el techo del aseo indican que, como siempre, ha sido un ritual largo. Entré en la ducha a la 1.20, no es entendible. A los diez minutos, comentando con mi hermano soy consciente, de repente, de que han cambiado la hora. No han sido dos horas en el baño, sólo ha sido una. No existe el tiempo perdido. Existen los buenos hábitos, los malos, las manías, los errores y los aciertos. Es posible que la hermana de Andrés aprenda lo mismo que sufra de aquí a un tiempo... Es posible que el chico en cuestión arregle algún día lo que tenga pendiente consigo mismo. Quizá Marta no sea tan impulsiva la próxima vez. No sé qué será de mis abuelos, pero voy a hacer todo lo posible por saberlo y contribuiré con mi fuerza a que la balanza se incline hacia el lado que me parezca más conveniente para ellos, para todos. No puedo cambiar sus hábitos: aporto algo nuevo y espero reacciones. No, Einstein, no voy a hacer siempre lo mismo. Quiero resultados distintos.