Despacio.Nunca es demasiado tarde, nunca un texto es demasiado largo, nunca hay demasiada prisa.
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domingo, 1 de marzo de 2015

Ya ha pasado todo.

El peor momento de mi vida duró casi un año. Doy gracias a mi cabeza, por permitirme narrar la historia con un dolor paliado por el tiempo, un dolor asimilado y superado por el alivio de un sincero "ya ha pasado todo".

A mi madre no la tratamos como a una reina, no la tratamos como merecía. Siento que no merezco nada después de esto, pero quizá en mi situación pocos hubiesen actuado de distinta manera. Estábamos llenos de rabia, de tristeza, de amargura, de "por qué a nosotros, por qué a ella", de dolor. No sabíamos tratar bien a nada ni a nadie porque estábamos hechos trizas... La mirabas y querías arrancarle de dentro eso que tanto daño le hacía. Por supuesto que no la tomabas con ella, pero la desesperación impedía verlo todo de color de rosa y nunca fuimos capaces de animar con gestos y palabras. Tan sólo intentábamos hacer la vida un poco más fácil para todos, con movimientos cansados, intentando que no le faltase de nada, que tuviese fuerzas. Pero incluso entonces, mamá, parecía que eras tú la que más fuerzas tenía, la que más hacía por todos nosotros...

El cáncer fue nuestro dictador. Le teníamos miedo, pánico, nunca pronunciábamos su nombre. Lo odiábamos en silencio y sentíamos como si nos estuviese apuntando con un arma en la sien constantemente.

Querías abrazarla y decirle que la querías por si se iba. Pero no podías. Eso sería aceptar que algo malo estaba pasando y que algo peor podría pasar. Nos conformábamos con mantener el silencio, el orden y la calma. Nuestras vidas de repente se convirtieron en rutinas tranquilas en las que nadie se reía y si lo hacía, era con una amargura imposible de disimular.
Doy gracias a mi madre, por superar una enfermedad tan dura. Gracias a mi cabeza de nuevo, por permitirme escuchar incluso de mis propios labios la palabra 'cáncer' con la única consecuencia de una pequeña punzada en el pecho o en el estómago. Gracias a la ciencia. Gracias a esta enfermedad, por desaparecer de nuestras vidas y enseñarnos, aun con tanto dolor, el valor de la vida grabado a fuego. Fue tan duro aprender de la experiencia que sé que nunca podremos olvidar. Ahora por las noches cierro los ojos y respiro de otra manera, y es que estamos aquí, juntos, vivos y sabemos valorarlo aunque nos tiremos los trastos a la cabeza ocho de cada siete días.
Antes de cerrar los ojos, cada noche pienso en algún problema y acabo durmiendo en paz, porque nunca ninguno fue tan grave como el de la historia del peor momento de mi vida. Doy las gracias porque a día de hoy se terminó. Sin embargo, el momento más feliz de mi vida sigue durando, lleva durando muchos años, y es el poder discutir con mi madre, contarle cosas, escuchar sus consejos, sus críticas, sus riñas, sus gestos de cariño, su risa, sabiendo que está sana, SANA, y valorando cada vez que entra por la puerta y habiéndola achuchado cada vez que sale. Mostrar afecto cuando te desprecias y desprecias el mundo que te rodea es tan, tan difícil... Sigo creyendo en tu omnipotencia porque me la demuestras con creces y quiero darte más alegrías que disgustos, mamá, tantas y tantas veces hacerme daño a mí significa hacerte daño a ti que yo no quiero que así sea, pero así es...