Es curioso como avanza nuestra necesidad a medida que vamos creciendo, ayer me conformaba con un simple sello de unos labios, y hoy, después de intimar con alguien que encima apenas conozco, sólo se me ocurre encender un cigarrillo.
Tan sólo era un crío cuando una chica empezó a gustarme. Por supuesto, no era una atracción sexual. Yo tenía cinco o seis años, comenzaba el colegio y nunca había ido a la guardería.
No sé si era guapa, eso no era lo que me hechizaba. No soy capaz de entender por qué sentía algo especial en mi interior cuando la veía o pensaba en ella, ni por qué me imaginaba como lo mejor del mundo la imagen de nosotros jugando con la arena y, de pronto, un beso fugaz de nuestros labios encontrados, una caricia que para mí ahora carece de valor.
Fui creciendo y descubriéndome a mí mismo, llegué a los catorce y no era precisamente los ojos de las chicas lo que yo miraba. El deseo despertaba, y pronto una de aquellas me enseñó que con el mismo órgano muscular con el que hablaba podía hacer muchas otras cosas.
Y así fui creciendo, no buscaba amor, buscaba la diversión y el entretenimiento que aquellas bocas y aquellas ropas cortas y ajustadas me proporcionaban. Llegué a los dieciséis años y empecé a necesitar más, pero ninguna estaba dispuesta a darme lo que quería.
Así llegué a los roces, a las caricias íntimas, a disfrutar como nunca, a sentirme bien. Pero más pronto que tarde llegó el siguiente paso.
Diecisiete años, yo seguía sin enamorarme. Otra chica mayor que yo me enseñó los secretos que yo hasta el momento no había probado.
Fue así como descubrí que mi tesoro de ahí abajo como mejor estaba era escondido en la cueva del placer. Fui experimentando más y más, y ahora estoy medio vacío. Sé que todavía me falta una fase que logrará calmarme y llenarme, pero lo que no sé es cuándo llegará. Dicen que es lo más bonito del mundo, y que, como he comprobado, nunca sabes cuando puede aterrizar. Dicen que cuando estás enamorado el tiempo se para, y que lo único que quieres es empezar desde la primera fase con esa persona. No quieres correr, no tienes prisas, quieres ir despacio.
Te sientes como ese niño que ahora vuelves a ser, con esa extraña sensación en el estómago.