Quince años. Todo va mal, esta situación me está matando. Por dentro me consumo lentamente. La situación familiar es insostenible y esto lo ha empeorado todo.
Meses después, todo sigue igual. Él dice que esto me ayudará, que me olvidaré de todo y de todos y que podré, por fin, estar tranquilo y disfrutar. Es de noche, hace frío... La oferta es tentadora. Mil imágenes pasan por mi cabeza, y todas las promesas que hoy voy a romper. Él sigue con el porro en mano, ofreciéndolo. Yo lo cojo y me olvido de todo. Me prometo a mí mismo que esto no se repetirá otra vez.
Más meses que pasan. Salgo de casa dando un portazo. Es de noche, no tengo a dónde ir. Como siempre, hace frío en la calle. Voy a beber hasta perder el sentido, es lo único que creo poder hacer.
Diecisiete años. Noches de litros de alcohol y decenas de caladas, mi rutina de fin de semana. Yo controlo, mamá. No me pasará nada, mamá. Sé lo que hago, mamá.
Pero ella no lo sabe.
Meses más tarde. He dejado los estudios. Entre una cosa y otra, mamá no para de llorar, ahora estoy acostumbrado. No sirvo para nada y a cada calada peor me siento. Las noches no son lo que eran. Salgo para divertirme, pero lo he dejado todo para hacerlo.
Me siento sucio por mucho que me lave las manos. Todo iba mal, yo lo empeoré.