Caminaba y allí estaba él, implacable, una vez que llega es difícil hacer que se vaya. Cuando se produce entre dos individuos siempre existe el miedo antes de decidirse a romperlo, pues no quieres que la otra persona sepa que has estado buscando algo de lo que hablar desesperadamente por lo mucho que estas situaciones te inquietan. Así van las cosas.
Cuando existe cierta confianza entre los que caminan, si él interrumpe normalmente se le deja introducirse de mutuo acuerdo. En estos casos no suele venir acompañado de felicidad. Se crea un punto y coma para respirar tranquilos y sumergirse cada uno en sus propios pensamientos personales y reflexionar. Te evades completamente.
En estas situaciones, cuando las palabras vuelven no requieren esfuerzo para salir, más bien son enviadas y recibidas con un extraño sabor a volver a ser el espectador de una despedida o reencuentro en un aeropuerto.
Está claro que puede sacar lo peor o lo mejor de nosotros, por ejemplo cuando disfrutamos de una puesta de sol, nos miramos a los ojos o nos besamos.
Pero de verdad, con una razón de peso.
(Supongo que el propio silencio es el que mejor se define a sí mismo).