Otro día más, me cambio con la esperanza de que mi compañera no advierta la presencia de mis piernas sin depilar cuando me estoy poniendo el pantalón del uniforme. Está bien esto de que nos den qué vestir, la ropa da mucho de sí entre el aburrimiento de estar doblando otra ropa, quiero decir, si no existiesen estos uniformes yo estaría pensando en cómo siento que mi escote asume elegancia y el de otra puede gritar simplemente 'puta', y las ganas que tiene de que (se) la(s) mires. Por supuesto que no tengo razón, qué fastidio.
Hablando de fastidiarse: ¿para qué estudio alemán? Está bien, me gusta, pero me pregunto por qué si saben que soy extranjera me hablan en su maldito dialecto. Si yo hiciese lo mismo... Tengo a mi compañera riñéndome por hacer no-sé-que-cosa mal. Me está explicando como hacerlo y se desquicia porque no la entiendo y no quiere hablar inglés. Chica, si hablas mal español debería desquiciarme yo. Soy española, ya sabes, controlo el idioma de maravilla, eres tú la que está haciendo algo mal.
Pero qué va, no me está hablando de forma malhumorada, es que es yugoslava, de Serbia para ser exactos. Lo sé por su tía, el año pasado creía que era una amargada y es que resulta que esta gente habla así de siempre. "DOBLA ESTO CARIÑO". Y cuando me acostumbro a entenderla y traduzco mentalmente la frase, me doy cuenta de que 'cariño' y un roce lo endulzan todo y me hacen cambiar de opinión. Es su acento, ni ellas ni yo.
Odio la pausa y la hora de comer. No me gusta que me vean en plena acción, es bastante incómodo.
Las perchas hacen un ruído desagradable y entre la plancha y la ropa recién salida de la lavadora, el calor es definitivamente sofocante. Suelo tomarme estas horas como una gran fracción de tiempo para reflexionar sin pretenderlo en un principio, pues es algo que sale solo cuando estás haciendo un trabajo mecánico. Lo peor es cuando una de las presentes quema mi silencio con su te-voy-a-mezclar-mis-tres-idiomas-a-ver-si-entiendes y me habla con ese énfasis arrebatador de cualquier magia.
"Andjela, ¿te gusta el alemán?", seguido de un 'sí' y palabras de diferentes idiomas que me impiden continuar con el intento de vamos-a-tener-buen-rollo.
"Sevin, ich verstehe dich besser weil Deutsch ist nicht deine Muttersprache".
"¡Oh! ¡Cuánto has aprendido, ¿no?" Que va, señora, sólo he abierto la boca por primera vez... Es una mezcla de vergüenza irracional e indiferencia la que me impide hacerlo más a menudo. ¿Vamos a decir algo importante? No, realmente no. Entonces para qué hacer el esfuerzo. Aunque creo (y sólo creo) que me encantaría mejorar estas relaciones que tenemos.
Una mujer portuguesa se me acerca por detrás, me toca el hombro y me dice: '¡Muchachita!' ¿Cómo debo de reaccionar? ¿Debo responder? Si es que el empleo no es para nada lo difícil.
"Sie Papagei, verstehst du?" Más o menos, Svetlana. Comprendo que estás llamando 'papagayo' a otra empleada, pero no sé en qué posición la deja. Noto cierta... ¿Cómo decirlo? Maldad, rencor, odio en tus palabras. No en un buen nivel, pero sí cierto deje maníaco, aunque con vosotros los yugos nunca se sabe.
Aquí sólo escucho a las personas criticarse unas a otras, tengo miedo de girarme y que comenten con acritud lo poco y lento que como, lo tímida y maleducada que soy a veces y la mala cara que tengo siempre. Aunque, seguramente, la mitad de esto sólo lo opine yo (o eso espero). Y, una vez más, es miedo mezclado con mucha indiferencia.
Las españolas y portuguesas critican desde su mesa al resto, mirando descaradamente y haciendo comentarios en su idioma. Se creen que señalar con el dedo y ese tipo de gestos no son lenguaje internacional. Seguro que yo también me he ganado unos cuantos enemigos por reírme, o quizá sea otra típica y estúpida paranoia personal.
Escondamos la mierda tirando de la cisterna, después de enturbiarse el agua vuelve a estar limpia. No sé qué es lo que opino realmente, pero diría que me gusta este trabajo. Me gusta tener a alguien aproximadamente de mi edad al lado, me gusta Svetlana y que Sevin siempre esté de buen humor. Me encanta, al igual que a Andjela, el túnel por el que pasamos para colocar los uniformes dos veces al día en la planta -1, donde siempre hay alguna mujer que dispara sus palabras extremadamente suizas como balas hacia nosotras, que nos miramos y no solemos saber salir de tal situación. Tardan en darse cuenta de que o tenemos pocas luces o no hablamos su dialecto, y se van. Se alejan de nosotras como nosotras del hospital, cuando ya termina nuestra jornada y me despido de su tía con movimientos incómodos antes de dedicar mis inseguros pasos a la calle. Entonces subo una pequeña cuesta y usando mi llave me vengo aquí, a escribirlo todo para finalmente afirmar: 'esta vida está bien, me gusta este trabajo'. Y como no, querré volver en el verano de 2014.