Le veo a lo lejos, me alegra el día. Voy de expectativa a expectativa cumplida, me tiro porque me toca tirarme al vacío, mío, tocar fondo y salir a flote. Con los dedos de las manos cuento a quien se lo he contado y aun hoy me pregunto quién es importante aunque lo sé de sobra.
A 150 metros de la catedral, a 80 kilómetros de casa, a 20 minutos de casa a pie, de mi segunda casa. Dónde estás. En mi cabeza cambio la programación cuando quiero y ahora me entretengo imaginando qué estarás haciendo.
A veces cuando me despierto amanece un día en el que escucho el ruido de las sabanas, veo la belleza de las lámparas de casa, del camino empedrado a clase. La manera en que un escenario lluvioso altera las emociones y el privilegio de estar sentada en esta silla acolchada. A veces amanezco admirando la suavidad de mi pelo, la belleza de su imagen en mi mente, la virtud de estar pensando algo único, el puto derecho privilegiado del plato lleno que me pongo sobre la mesa compartida.
Desnuda ante tu arte escribo mejor. Tan sensitiva que el dolor me place, tan racional que el placer me duele. Contradicciones en mi cabeza como que si estoy cansada no descanso. Si observo absorbo. No me permite hacer un giro de 180 grados este alcohol de 40, pero no lo necesito. No miro atrás, camino hasta alcanzar lo que no es necesario pero exijo como oxígeno.