Me elevo. Siento la necesidad de verbalizarme atenuándose con el cálido alivio de los grumos bajo la lengua, dejando un amargo sabor en el paladar. El agua tibia, encharcando el estómago. Entonces me callo y pienso un poco menos, siento un poco menos. Quizá no se pueda pensar más, sentir más. Creía que me sangraba el corazón en el pecho. Me sangraba el estómago.
Y ya estamos en octubre, pronto estaremos en diciembre. Hace un instante estaba desmoralizándome un lunes y en pocas horas amanecerá un viernes más. Algo va mal cuando ni un viernes ni dos reparan la conciencia, el cuerpo, el aguante y el ánimo. Tumbada en la cama, los pies en la almohada, recién salida del ascensor me persigue y me alcanza la duda: "¿Es ésta la vida que quiero vivir?"
Y si no, ¿qué otra? Empiezo a coger confianza con mis nervios, los acepto. Madrugar me molesta los primeros quince segundos. Hay personas en el aula por las que merece la pena asistir a clase. Personas a las que he visto crecer y que me han visto crecer a mí, que tan sólo necesitan una mirada para saber qué se me pasa por la cabeza o qué se me ha atravesado en el estómago. Yo también necesito una única mirada para descifrar los misterios de mis dos parejas de ojos claros favoritos.
Llueve mucho, demasiado, las calles están inundadas y yo bajo hacia mi próxima parada con la firme decisión de no resbalar. Pero lo importante no es resbalar, no es caerse, no es hacerse daño. Si la calle estuviese desierta, si no hubiese absolutamente nadie acompañándome, quizá me tumbase en el suelo, mojado, fresco, con las manos detrás de la nuca, párpados suavemente bajados, escuchando la lluvia que no me roza, esperando por Godar y mi libro de historia. Llego, llega. No nos conocemos, no nos vamos a conocer. Escucho su voz y mantengo el pensamiento de que el suyo sería un buen apellido para mis hijos. Pero no hay hijos, no hay amor, no hay trasfondo en mi propio guión de teatro que me entretiene hasta casa. Tan sólo un libro de historia, un chubasquero rojo y mucha lluvia.
"¿Es esta la vida que quiero vivir?"
Pellizco mi piel en busca de aguante. Quedan seis horas, tres exámenes, dos exposiciones, una llamada de atención. Hazte con todos: la pareja, la carrera, el trabajo y el dinero insatisfactorio. Quedan 192 tardes de estudio, 97 de estrés y ninguna escapatoria blanca. Si no es esto, ¿qué es? Si no es la carrera, ¿qué es?
Sentada en el aula me siento como un pájaro de alas rotas. La información entra y sale de mi cerebro en la misma pareja de segundos. Veo a mis compañeros agobiados, dedicando un sí rotundo a esta vida, un 'sí, quiero' al trabajo, al esfuerzo y al estrés, convencidos de que simplemente tiene que ser así. Quizá tengan un motivo. Yo sólo quiero estar en paz, que me inunde la paz en el pecho... La puta tranquilidad.
Y no lo hace. No es esta la vida que quiero vivir.
Pero veo a mi madre, llama mi abuelo, vuelve mi hermano y vuelo con mis mujeres a medias mientras recuerdo los días en los que parecía que este presente nunca iba a llegar. Entonces me acuesto y, con la cabeza en la almohada y los pies siempre alejados del suelo, pienso: "Y si no es ahora, ¿cuándo?"
"Y si no es esta vida, ¿cuál es?"