No sé quién nos ha dicho que no merecemos sentir dolor. Nos atiborran a pastillas con nuestro erróneo consentimiento, nos quitan cualquier malestar, dolencias físicas, depresión, ansiedad y a veces hasta el miedo. Nos emborrachamos hasta no sentir nada, ni vergüenza, ni temor, nada. Fumamos para relajarnos y disfrutar de la no-realidad. Si no hemos dormido, por la mañana nos tomamos algún que otro café y un Parazetamol para el dolor de cabeza. Si estamos muy dormidos hacemos esto, si estamos muy despiertos: Lorazepam, Orfidal, Diazepam, cualquier nombre suena y vale. Ya hemos probado los remedios caseros y naturales, Valeriana Forte y cápsulas concentradas, pero sabemos que no funcionan porque no colocan. Nunca es suficiente. Además, sabemos consolarnos diciendo que la marihuana es una planta y al día siguiente nos despertamos sin haber soñado nada.
Entro en el aula y mi cerebro desgastado y atrofiado por los móviles, las obsesiones adolescentes, las cinco horas de sueño y esta clase en la que sólo hay que escuchar, acaba por hacerme creer que no valgo.
A veces me dedico a observar las caras de los demás e imaginarme qué pasa por sus cabezas. Algunos no paran de mover las piernas, inquietos, con el único pensamiento de querer que esto se acabe. Otros se dedican a utilizar sus teléfonos móviles, se observan en el reflejo de sus pantallas, mantienen conversaciones por WhatsApp, refrescan Instagram, Twitter... Pero no son horas y no hay mucho que ver. Este aburrimiento, ¿se debe realmente a la hora?
Venimos aquí con la idea de que queremos que la mañana pase lo más rápido posible, como si fuese la mayor de las torturas. Para algunos lo es. Llegas tarde y te comes una charla sobre lo que ya tienes claro. La profesora no ha venido y te obligan a estar en la biblioteca en silencio y casi hubieras preferido su asistencia. En el recreo a veces todo son malas caras, parece que nadie está realmente allí. Recoges tu tres en gallego y decides que, en vez de estudiar más tiempo y con más ganas, vas a dejar de hacerlo. Te repiten que estés callado y que te sientes bien y al salir te das cuenta de que no has retenido ninguna información.
Estamos todos dormidos, viviendo por vivir y viniendo aquí porque nuestra obligación es ésta. Tengo miedo a una realidad que se nos viene encima: asistimos a clase sólo para que no nos pongan falta.
Estamos tan acostumbrados a esta falta de motivación que cada vez que sentimos algo, lo rechazamos. No nos gusta que nos vean emocionados, no estamos acostumbrados.
¿Prefieres sentir miedo, estrés, sueño, adrenalina, felicidad o no sentir nada? Es mucho más fácil quedarme toda la madrugada estudiando y tirar de café y pastillas, llegar a las nueve y no saber deletrear ni mi nombre.
Los días pasan sin que nada pase, es cierto que todo fluye, nos dedicamos a aburrirnos unos a otros y a apuntarnos muchos fracasos y pocos logros.
La verdad es que a veces las clases sí me aportan algo. Me pregunto por qué no me centro en esto, por qué no lo valoro, por qué no doy las gracias por algunas clases que sí siento que merecen la pena y mi atención.
No sé quién nos ha dicho que no debemos sufrir. Me pregunto, ¿por qué estamos tan convencidos de que lo bueno es lo único que merecemos?