Muerdes el barquillo de un helado y en el aire permanece el sonido de tus dientes en contacto con una masa crujiente, la primera parte de un sinfin de deseos fugaces que a menudo solo las estrellas cumplen. Yo tengo frío en verano. Me dices: "no sabes lo que aún está por venir" y comprendo esta sensación helada que tengo tan dentro, pero es lo único que comprendo.
Estamos llorando juntos. Escribo esta frase y me doy cuenta de que no puede sonar triste. Pienso en el descenso hacia mi más allá (siempre pensando que, aun así, estoy más aquí que el resto) y mientras la guío con el perro revoloteando en el césped, las señoras de collares largos y pesados cerca y mis descripciones muertas de ganas por hacer servicio, acabo envidiando la exactitud, el rigor de un escritor de verdad.
A veces cierro los ojos porque el humo que me escupen no me deja ver. Contaminación ajena, decisiones de otros, pero es mi aire y lo respiro sucio y triste. Me pregunto si se puede reprochar el no ser feliz a alguien o algo o si la culpa solo la tiene uno mismo.
Ardo por dentro cada vez que pienso un rato. Mi cabeza está echada a perder. Tengo uno de esos muchos incendios de mi tierra tan a dentro del coco como la llevo a ella en mi pecho; me persigue allá donde voy y yo le sonrío por el cariño que nos trajo el tiempo. El viento solo nos trajo polvo y un intento de arrancar esas raíces.
La educación es como esa serie o esa página web que intenta reinventarse para causar sensación y mete la pata hasta el fondo. Todo el mundo quiere volver a lo antiguo una vez probado lo nuevo (y comprobado que, tras un tiempo, no funciona mejor). Ahora escuchamos a las personas mayores, sabemos que tienen algo que decirnos. Perseguimos nuestros sueños hasta el final y descubrimos que son ellos los que nos empujan a nosotros, los teníamos justo detrás, alentándonos para seguir adelante. A veces no sabemos ver eso. A veces necesitamos ayuda (y son más de las que pensamos).
El sueño me paraliza como el aburrimiento, con ambos abro la boca y suelto el aire. Vivimos cansados. Me sorprende lo poco que recuerdo y lo mucho que mi cuerpo acumula. Nuestra piel tiene la memoria más cruel, pero no es la única que recuerda.
Hoy quiero agradecer, entre tanto verso prosaico y tanta gaita (asturiana o gallega, porque me siento persona amada y amante en ambas) que tengo a mis mayores para enseñarme tanto, como esa fuente de sabiduría infinita que son y que sin embargo no siempre llevan la razón; ahora sé que no solo se aprende de la verdad.
Ya no distingo los derechos de los privilegios, me tienen demasiado confundida. Sea lo que sea, me siento tan afortunada que si esto estuviese escrito a mano no podrías leerlo, contaría con la saturación de emociones que reflejan lo ilegible.
Atrapando el humo
Despacio.Nunca es demasiado tarde, nunca un texto es demasiado largo, nunca hay demasiada prisa.Encuentra el olor, el sabor, la imagen. Encuentra el mensaje.Escribo mi película, tú lees mis líneas y ves la tuya.
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lunes, 22 de agosto de 2016
martes, 5 de julio de 2016
Mi cuarto es Roma
Nado entre mis papeles acariciados por tinta negra para encontrar el texto que quiero publicar, el que tengo en la mente desde que lo escribí, el último. Abro la carpeta verde y hay papeles dentro y fuera de los plásticos. Disfruto mientras pienso en que nada me representa mejor. Está llena de dibujos de mis primas, relatos escritos en Suiza, escrituras automáticas del último año de instituto, recuerdos plasmados con hora y fecha, apuntes perdidos y un análisis muy revelador que me hice a mí misma bajo los efectos de una pastilla y que no había leído hasta hoy. Todavía tengo los ojos muy abiertos por esto. Experimentos de coaching, canciones de Cool, tachones, preguntas, el análisis que le hice a Andrea. Una imagen de Pessoa traída de Lisboa, un análisis profano, mi reseña personal de Skagboys y Las pesadillas del Marabú y un esquema que comienza con "Ideas claras". Sin embargo, sé que no tengo nada claro. Miro a mi alrededor y confirma mi caos, no cabe un alfiler más en mi habitación llena de pirámides. El quitaesmalte está al lado de una crema solar que me saluda por primera vez. La crema está al lado de la bombilla del mate, ésta está muy cerca de los libros de alemán a su vez pegados a una botella de agua vacía desde hace días y una caja de zapatos Converse con varias libretas dentro. El texto que quería publicar no lo he encontrado. Es como cuando tienes una canción en la cabeza y no pararás hasta averiguar cuál es y escucharla, pero no es un proceso rápido.
Hay recuerdos que quedan tan abajo que cada vez que me asomo siento el vértigo hasta en el último de mis huesos. La palabra instituto me está haciendo sentir eso. No quiero volver, pero tampoco estar aquí. Pienso en el instinto, en lo bien que lo usaba allí. Me pregunto si estoy perdiendo facultades.
Ahora escucho el ruido de mis dedos al teclear y cómo el sonido de la barra espaciadora es el más molesto. Siento a mis padres cerca, a la 1.26 exhalan con la intención de que el calor salga del cuerpo. Intento hacer el texto más corto para dejar de hacer ruido. Intento pensar que posiblemente esto no sea ruido, si no un sonido lejano. Yo les escucho respirar, pero no todos somos iguales.
Me pregunto cuándo mi mente ha aprendido a hacerlo mejor sin salir de ahí, sin ver el exterior... Siempre creí que pensaba mierda y hacía magia. Ahora lo pienso y es oro, lo escribo y sé que no ha merecido la pena sacarlo a la luz.
Me gusta despertarme y saber que me has escrito. Imagino qué satisfacción sentirías al saber que escribí sobre ti antes de dormir. De momento me guardo el secreto.
Hoy la casera ha dado problemas, ha llegado una factura nueva, me ha hablado una amiga de la que hacía tiempo que no sabía nada. Hoy me he emocionado con una canción, he enviado una queja, he solicitado un trabajo. Hoy he vuelto a sentir vértigo sin subirme a las alturas, pero fue solo un momento. Hoy ha sido un día más en el que me he creído que puedo impartir justicia y me he golpeado contra un muro. Me hubiese hecho más daño no haberlo intentado.
Hay recuerdos que quedan tan abajo que cada vez que me asomo siento el vértigo hasta en el último de mis huesos. La palabra instituto me está haciendo sentir eso. No quiero volver, pero tampoco estar aquí. Pienso en el instinto, en lo bien que lo usaba allí. Me pregunto si estoy perdiendo facultades.
Ahora escucho el ruido de mis dedos al teclear y cómo el sonido de la barra espaciadora es el más molesto. Siento a mis padres cerca, a la 1.26 exhalan con la intención de que el calor salga del cuerpo. Intento hacer el texto más corto para dejar de hacer ruido. Intento pensar que posiblemente esto no sea ruido, si no un sonido lejano. Yo les escucho respirar, pero no todos somos iguales.
Me pregunto cuándo mi mente ha aprendido a hacerlo mejor sin salir de ahí, sin ver el exterior... Siempre creí que pensaba mierda y hacía magia. Ahora lo pienso y es oro, lo escribo y sé que no ha merecido la pena sacarlo a la luz.
Me gusta despertarme y saber que me has escrito. Imagino qué satisfacción sentirías al saber que escribí sobre ti antes de dormir. De momento me guardo el secreto.
Hoy la casera ha dado problemas, ha llegado una factura nueva, me ha hablado una amiga de la que hacía tiempo que no sabía nada. Hoy me he emocionado con una canción, he enviado una queja, he solicitado un trabajo. Hoy he vuelto a sentir vértigo sin subirme a las alturas, pero fue solo un momento. Hoy ha sido un día más en el que me he creído que puedo impartir justicia y me he golpeado contra un muro. Me hubiese hecho más daño no haberlo intentado.
domingo, 22 de mayo de 2016
1
Recuerdo el hormigueo en las manos, esa sensación de placer que provocan los nervios cuando el sentimiento se muestra indomable. Recuerdo mirarme al espejo durante tanto tiempo que concluí en taparlo para centrarme. Recuerdo el sol calentándome tan fuerte al caminar que incluso pude odiarlo y, no mucho tiempo después, temblar de frío durante tantas horas que al regresar a casa el calor no volvía a mi cuerpo ni con cuatro mantas. Recuerdo volver a desear que me calentase el sol, pero ya era tarde. Lo quería conmigo cuando ya se había ido.
Recuerdo desear que me creciesen los pechos, mirarlos, regarme en la ducha por el placer de sentir el agua caliente correr por todo mi cuerpo, partiendo de las raíces de mi pelo hasta gotear desde las puntas al suelo. Ducharme durante más tiempo del necesario; utilizar la relajación y el sonido del agua para una reflexión inconsciente, la más productiva del día. Creer firmemente que si fuese una planta, mi última hoja tocaría nuestro techo. Recuerdo que me doliesen mucho antes de empezar a sangrar sin caídas.
Recuerdo perder el miedo a la oscuridad, en la oscuridad. No recuerdo la última vez que lo sentí dentro. Ahora busco adrenalina, pero evito el pánico. Echo en falta creer verbalizarlo con precisión; ahora sólo soy más práctica.
Recuerdo escucharle cantar muy bajo en una esquina solitaria, cerca de aquel antro. Recuerdo sus ojos muy abiertos cuando delante suya se metieron las primeras rayas de cocaína. Primer impacto. Cambiamos de tema y pareció que desaparecía. Sin embargo, lo que un día evitas, no se mueve del sitio.
He tenido más de siete vidas, pude empezar más de una vez al levantarme. Pronto el hábito volvía a hacerme monje. Recuerdo haber hablado con Dios, hoy sé que no es cierto, he podido evolucionar hasta por fin sentirme a gusto.
Recuerdo haber creído con seguridad que quien me quería deseaba hacerme daño. He creído tantas cosas que resultaron ser falsas con el tiempo, que ya no puedo creer, mucho menos sin cuestionármelo. Lo siento muy dentro hasta desgastarlo. No tengo los pies en el suelo, por eso no sé hacia dónde estoy caminando.
Recuerdo desear que me creciesen los pechos, mirarlos, regarme en la ducha por el placer de sentir el agua caliente correr por todo mi cuerpo, partiendo de las raíces de mi pelo hasta gotear desde las puntas al suelo. Ducharme durante más tiempo del necesario; utilizar la relajación y el sonido del agua para una reflexión inconsciente, la más productiva del día. Creer firmemente que si fuese una planta, mi última hoja tocaría nuestro techo. Recuerdo que me doliesen mucho antes de empezar a sangrar sin caídas.
Recuerdo perder el miedo a la oscuridad, en la oscuridad. No recuerdo la última vez que lo sentí dentro. Ahora busco adrenalina, pero evito el pánico. Echo en falta creer verbalizarlo con precisión; ahora sólo soy más práctica.
Recuerdo escucharle cantar muy bajo en una esquina solitaria, cerca de aquel antro. Recuerdo sus ojos muy abiertos cuando delante suya se metieron las primeras rayas de cocaína. Primer impacto. Cambiamos de tema y pareció que desaparecía. Sin embargo, lo que un día evitas, no se mueve del sitio.
He tenido más de siete vidas, pude empezar más de una vez al levantarme. Pronto el hábito volvía a hacerme monje. Recuerdo haber hablado con Dios, hoy sé que no es cierto, he podido evolucionar hasta por fin sentirme a gusto.
Recuerdo haber creído con seguridad que quien me quería deseaba hacerme daño. He creído tantas cosas que resultaron ser falsas con el tiempo, que ya no puedo creer, mucho menos sin cuestionármelo. Lo siento muy dentro hasta desgastarlo. No tengo los pies en el suelo, por eso no sé hacia dónde estoy caminando.
domingo, 17 de abril de 2016
Sin conexión
Cientas de toses se alimentan al escuchar su eco. Buscan, muy tensas, un silencio cómodo por el que vagar. Sus poses son rígidas, sus teces grises. Un banco más de peces que cambian de color sólo cuando abandonan el banco y se vuelven del mismo (homogéneo, estándar, triste) cuando se juntan sin un motivo más allá que el de seguir nadando en la misma dirección. Una batalla constante entre la frecuencia y el tiempo; la primera tiene prisa y puede hacer que me rinda. El segundo persevera y nadie ha conseguido nunca frenarle. Monumentos, relaciones, objetos: mido su valor en años. Años vacíos, años intensos, años. Pasan y son entonces otras palabras las que me provocan ilusión de frecuencia. Pasan los días, y son otras palabras las que frecuento.
Con el don de describir con las palabras exactas un sabor que no he probado, cojo el móvil a punto de caer bajo los efectos del sueño y, con toda mi voluntad (que no me cuesta levantar en absoluto) escribo en sus notas lo que mi mente logra retener del pensamiento mágico de hace unos segundos. Sin embargo, toda esa voluntad se convierte en desmotivación cuando suena el despertador antes del mediodía, durante o cuando ya ha pasado. Dame una razón para sacar estas ganas de la cama y que se miren con cariño en el lavabo. Me paso los días escribiendo cómo me sobrepasan los días. Como Muriel, me imagino con una máquina de escribir en frente de mi ventana, pero sin embargo mis dedos se deslizan sobre un teclado táctil o escribo palabras ilegibles con un Bic al que le doy diez días de vida.El tiempo y la frecuencia han marcado el fin y el principio de cada época.
Con el don de describir con las palabras exactas un sabor que no he probado, cojo el móvil a punto de caer bajo los efectos del sueño y, con toda mi voluntad (que no me cuesta levantar en absoluto) escribo en sus notas lo que mi mente logra retener del pensamiento mágico de hace unos segundos. Sin embargo, toda esa voluntad se convierte en desmotivación cuando suena el despertador antes del mediodía, durante o cuando ya ha pasado. Dame una razón para sacar estas ganas de la cama y que se miren con cariño en el lavabo. Me paso los días escribiendo cómo me sobrepasan los días. Como Muriel, me imagino con una máquina de escribir en frente de mi ventana, pero sin embargo mis dedos se deslizan sobre un teclado táctil o escribo palabras ilegibles con un Bic al que le doy diez días de vida.
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